15.12.09

Automovilismo

A 20 AÑOS DE LA MUERTE DE OSCAR ALFREDO GÁLVEZ
El 16 de diciembre de 1989, falleció el histórico piloto de Turismo Carretera Oscar Alfredo Gálvez, quien fuera campeón de la categoría en cinco ocasiones -entre otros logros importantes- El recuerdo de sus inicios en la disciplina, en la nota publicada por el diario La Nación el 5 de agosto de 1997 bajo el título El primer vuelo del Aguilucho.



"Sin traicionar uno solo de sus recuerdos, la palabra de Oscar Alfredo Gálvez volvería a recorrer el episodio una y otra vez, ordenando: 'En aquel entonces, el diario El Mundo costaba 5 centavos. Yo había leído, un mes antes, que el Automóvil Club Argentino iba a hacer correr un Gran Premio. ¿Sabés cómo me tenían los muchachos de las picadas?: 'Tito -me decían cada noche-, con lo que vos sabés de la preparación de los motores y tu manejo, tenés que ganarles a los viejos...'
Oscar cuidaba permanentemente que sus palabras no tomaran caminos de interpretación equivocados. Arturo Kruuse (por el que Oscar sentía auténtica admiración), Ricardo Carú, Ernesto Blanco, Antonio Pereyra, Emilio Karstulovic... 'Aquellas eran las las figuras de un tiempo en el que salir a correr era comenzar una auténtica aventura. ¿La verdad? yo no había pensado en ganarles. A mi lo que me interesaba era correr...'. Y los ojos de Oscar ese perdían en un recodo de su juventud esforzada de taller y sacrificio, mientras la cabeza, por un momento, repasaba.
La primera carrera
5 de agosto de 1937. Oscar no tenía dinero. Intentaba hacer una rifa que no compraba nadie. Necesitaba siete cubiertas; cada una costaba 70 pesos. La necesidad hereje lo llevaba a consultar el proyecto con el padre de uno de sus amigos, Horacio Mariscal.
El coche -el 'Forcito'- estaba listo. Una cupé modelo 35 que tenía para pasear, 'apta para todo servicio'.
'¿Sabés que era tan fuerte que si caía de un 5° piso no se rompía?' Y el asombro le iluminaba una mirada que era su escudo. La mirada de Oscar siempre fue aval para su palabra. Usted lo miraba a los ojos y él no necesitaba decir más, porque absolutamente todo, estaba allí. Sin sombras. Sin segundas intenciones. Con la pureza que lo protegía hasta de sus propios errores. El señor Mariscal acercaría las siete cubiertas. La primera etapa del Gran Premio llegaba a Santa Fe, después de pasar por Rosario, antes, y por Córdoba, después. En el sorteo, aquel piloto desconocido -'casi un pituco porteño de bigote finito y sonrisa permanente', según describían las crónicas 'especializadas' de un tipo distinto- había recibido el número 58.
La fotografía tomada en el sellado guardaría para la memoria perpetua la imagen de aquel muchacho de mameluco blanco y cinturón de cuero, en compañía de Horacio Mariscal (insobornable traje con chaleco) haciéndole marco al número 58 pintado en el generoso radiador del Ford V8.
'¿Quién tenía frío?'
'Era invierno -recordaba Oscar-, pero yo no me equivocaba cuando le bajaba la capota para ir más rápido. ¿Frío? ¿Tenía calor! El entusiasmo no me dejaba sentir frío. Entramos a pasar autos. El Forcito estaba bien preparado; yo no tenía límites. Me ayudaban las referencias de los coches que íbamos dejando atrás. ¡Mirá cómo habremos caminado, que hasta Rosario yo le ponía para los 361 kilómetros, 3h1m1s... ¡Sabés cuánto le sacamos a Carú?: 3m27s. Y al famoso Padrazzini, que llegaba tercero, 3m35s... ¿Y qué pilotos teníamos atrás: 'Hipómenes', Pedro Pablo Orsi, Roberto Lazano, McCarthy, Ricardo Risatti! ¡Mamita!'
'Todos hablaban de un tapado. El tapado era yo...'
Oscar Gálvez y su prodigiosa habilidad acababan de entrar en la gloria, disparado a 119,756 km/h. Tres horas y un minuto para ir a Rosario, 60 años atrás. Imaginense ustedes.
La palabra de Oscar, enemiga de la petulancia más chica, continuaba: 'Mi acompañante me decía cada tanto: 'Tito, ¿no te parece que tendrías que levantar un poco? Mirá que la carrera es larga...'. Yo pensé que tenía razón y le hacía caso, ¿Sabés que por 29s me perdí de hacer el récord a Córdoba? Pedrazzini empleaba 5h59m36s; yo terminaba segundo con 6h5s...'
Después, 'aquel pituco' que nunca había caminado por la tierra se perdía camino de Córdoba. Más adelante, su prodigiosa memoria despreciaría un hecho consignado en la crónica de aquel primer inolvidable día. Pinchaba una cubierta. Igual terminaba 6° la primera etapa de su vida, cuando mucha gente masticaba, como una preciosa golosina, el sabor de un apellido nuevo: Gálvez. Aquella noche, en el hueco de Córdoba, gente grande y buena le recomendaba prudencia. ¿Se le puede pedir a un cóndor que no vuele?
Las dos carreras
Al otro día se apuntaba a Corrientes. Para él, una ruta desconocida. Igual el pie contra la tabla. A fondo. Agarraba una hondonada, donde el Forcito remontaba como una pluma, a favor de la capota bajada para vencer mejor al viento (aunque todavía la señorita aerodinámica era una mujer que no estaba al alcance de los intuitivos corredores de aquel tiempo).
El coche se desgobernaba; andaba más de costado que nunca y se desembarazaba progresivamente de sus tripulantes. Primero, de Mariscal. Después, de Oscar. Los dos iban sueltos porque, ¿quién sabía de cinturones? El Forcito seguía encabritado un rato más, antes de detenerse. Abollado por la heroica travesura de su piloto, cuando éste peleaba el primer puesto...
El camino quedaba vacío del coche 58. La historia reclutaba a un gigante.
El propio Oscar repasaría aquel momento, mil veces más.
'¿Sabés que pudimos arreglar, pero que llegábamos fuera de hora al control? En mi taller de la calle Gaona, después dejamos al Forcito como si no hubiera corrido. Los muchachos de las picadas no me hicieron una sola broma. Yo le decía a Juancito que todavía no corría conmigo por la edad: 'En la próxima, ganamos'.
Oscar ignoraba en aquel lejano 1937 que paradójicamente había empezado a ganar en las carreras de autos. Como en la vida."


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