El 9 de noviembre de 1994 Independiente venció como local a Boca por 1 a 0 con el gol de Sebastián Rambert y se adjudicó por primera vez la Supercopa. De esta forma, los de Avellaneda sumaron su décimo tercer título internacional, convirtiéndose en el club con más logros de esa categoría a nivel mundial. En el partido de ida, habían igualado 1 a 1 en la Bombonera. La cobertura de El Gráfico.
Texto extraído de El Gráfico nº 3919, del 15 de noviembre de 1994.
INDEPENDIENTE, EL FÚTBOL SÚPER
"Fue la gran final que el fútbol argentino se debía y nos debía. Una final a puro fútbol. Vibrante, emotiva, con dos equipos que iban al frente, a jugarse por la victoria con armas limpias, nobles, generosas, de fuerte atracción visual, de indudable riqueza estética, tratando cada uno de prevalecer por ser mejor que el oponente.
Hubo un ganador: Independiente. Que venció con esfuerzo, obligado a dejar todo en la cancha, exigido a fondo por un bravo adversario. Un triunfador acostumbrado a vivir estas alegrías porque está preparado para afrontar y resolver este tipo de exigencias.
Hubo un vencido: Boca. Que se fue aplaudido porque también había dejado jirones de dignidad, de orgullo, de actitud protagónica definida y de intenciones futbolísticas elevadas. Entregó todo: inteligencia y fervor, determinación y juego. No le alcanzó.
Porque el fútbol se define de distintas maneras, nunca repetidas, siempre inéditas, a veces sorpresivamente y muchas veces impensadas. Dos jugadores del nuevo campeón de la Supercopa terminaron con el trabajoso tejido de todo un conjunto: Luis Alberto Islas, imbatible en la defensa del arco de Independiente; Sebastián Pascual Rambert, en otra demostración de su explosiva personalidad de atacante al que no se le puede dar un metro de luz ni un segundo de respiro porque su contundencia es sencillamente mortal.
Uno en cada extremo del campo marcaron la luz de diferencia que separó la alegría roja de la decepción boquense. Islas, impidiendo que el arranque espectacular de Boca culminara en gol de Sergio Daniel Martínez a los 15 segundos y resolviendo luego, una a una, todas las llegadas que generó el juego más armónico, claro y penetrante del equipo de Menotti . Y cuando otro intento del uruguayo que siempre le hace goles, lo había dejado en el camino de su toque suave y bombeado, surgió detrás de Islas la figura joven y estética del cordobés Arzeno para rechazar esa pelota que ya se metía para premiar al cuadro que más cerca se encontraba de la victoria.
La super final llegaba así al minuto 51 envuelta en la ansiedad, la excitación y el suspenso. Se estaba repitiendo en Avellaneda lo que había sucedido seis días antes en la Bombonera . Boca desperdiciaba sin concretar los momentos psicológicamente favorables que le estaba ofreciendo la lucha. Cuando eso sucede, por una ley inexorable del fútbol, las ocasiones perdidas ahora se lamentan más tarde. Apareció en escena, veloz e impetuoso, incontrolable y voraz, el delantero que podía ponerle su sello a la definición. Rambert armó la pared con Usuriaga y se perdió el gol. Dejó en el camino al arquero boquense, lo atoraron y levantó el tiro final. Dos minutos más tarde, Rambert no perdonó. Entró a buscar el estupendo pase al claro que metió Gustavo López desde la derecha y, cuando salía Navarro Montoya para achicarle el ángulo de disparo, se la mandó por arriba con un toque magistral, rumbo a la red, el grito el festejo, la victoria y la consagración.
Quedan 35 minutos por delante. Para que Boca cambiara la historia, para que los Rojos afirmaran su conquista. Independiente siguió golpeando sobre la herida abierta en el alma boquense, para no dejarla cicatrizar. Fueron siete, ocho minutos en los que Rambert fue un infierno para quienes, como Fabbri o Mac Allister, habían jugado un partido impecable.
Brindisi frenó, desde el banco, ese ataque insistente de su equipo. Dispuso una movida de piezas que, en realidad, marcaba un cambio de actitud ante el juego. Sacó a Usuriaga y le dio ingreso a Cascini. Independiente pasaba del ataque al contraataque. Boca encontró el respiro que necesitaba para reponerse del impacto emocional que le había provocado el golazo de Rambert y volvió a plantear la lucha en el campo local. Menotti mandó más atacantes de refresco a la cancha: Tréllez por Carranza, Pico por Carrizo. Pero ya nada podía sorprender a un Islas metido como nunca en el juego para atajar, cortar y salir jugando. Y nada podía sacarle la victoria a un equipo equilibrado como siempre, trabajador como nunca, pero además intratable, feroz como tantas veces a la hora de definir un pleito. Un equipo, éste de MiguelBrindisi, que reune grandes jugadores en lugares clave (el arco, el ataque, como quedó expresado) y en dosis semimortales.
El final encontró a Independiente yendo a buscar el segundo gol, contraatacando con frialdad y justeza pero sin definir bien en el momento de apuntar y disparar. Gustavo López denunciaba problemas en su tobillo izquierdo. Garnero no estaba en su tarde más inspirada. Pero Rambert, Cagna y Luli Ríos mantenían su alto nivel de rendimiento. Y Boca se iba quedando, envuelto en la impotencia y en el desánimo. Había luchado mucho. Y también había chocado contra la adversidad. Dos jugadores del equipo de enfrente le había destrozado la ilusión, quedándose con toda la gloria de una tarde inolvidable.
Los dos habían jugado bien, pero Independiente tuvo un FÚTBOL SUPER.
¡Salud, viejo campeón! ¡Rey de reyes!"
EL GOL DE LA VICTORIA
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