El 2 de octubre de 1974, el jugador brasileño Edison Arantes do Nascimento -más conocido como Pelé- se despidió oficialmente del Santos -donde debutó a los 15 años- en la victoria por 2 a 0 ante Ponte Preta. Por problemas económicos, el tres veces campeón del mundo debió regresar a las canchas al año siguiente. Jugó dos años en el Cosmos, de la Liga norteamericana, hasta su retiro definitivo. El periodista Osvaldo Ardizzone fue quien cubrió para El Gráfico el retiro de O rei.
El Gráfico 2870, del 9 de octubre de 1974
DE RODILLAS Y CON LÁGRIMAS DE HOMBRE
"No sé quién es el Ponte Preta. De todos modos, si sé que no me importa. Como tampoco me importa el Santos, ni mucho menos el partido. Yo me llegué hasta esta Villa Bermiro acompañado de un acontecimiento que se embarco conmigo allá en Ezeiza. Tengo la pretensión de estar aquí para una cita, para llevarme mi 'cacho' de adiós del Maestro... Porque Pelé no se despide del fútbol oficial, como reza en el anuncio...
No; eso suena a excesivamente administrativo, a la expiración legal de un contrato... Pelé se va de mí, se va de todos los que a lo largo de dieciocho años nos juntamos con su magia, con su arte... Que, cuando uno traspuso por última vez aquella escuela de las primeras aulas, no le dice adiós ni a un edificio ni a una institución formal. Ese día se despide de todos los momentos compartidos. De todos los ecos que allí quedarán para siempre. De todas las caras, de todas las voces, de todos los gestos, hasta del metálico tañido de aquella antigua campaña... No; el adiós de Pelé es para mí, es para todos los aplausos de de cada uno, para toda la admiración de cada uno, para todos los elogios de cada uno... Por eso, ni el Ponte Preta, ni el Santos, ni mucho menos el partido. Pelé, nada más que ese sentido momento del adiós definitivo...
EL ADIÓS...
Inesperadamente, tomó la pelota con las dos manos. Caminó unos pasos e interrumpió la marcha, allí, justo en el centro de la cancha. Si hincó. Con solemne religiosidad depositó la pelota sobre el césped. Sorpresivamente extendió los dos brazos en cruz. Elevó la cabeza hacía el cielo como quien se entrega a una mística invocación, como quien se sume en la intimidad de una plegaria... Luego, girando, siempre con las dos rodillas contra el piso, le ofreció el mismo gesto a cada una de las cuatro tribunas... con la misma religiosa solemnidad... ¿Era una representación ensayada? ¿La creación de un arrebato espontáneo? ¿El sentimiento de una gratitud? La multitud permaneció silenciosa e indecisa ante esa manifestación inesperada. Ahí, hincado, se me antojó un sacerdote pagano en la ofrenda de un sacrificio... Así permaneció por unos segundos con el estadio contenido, casi paralizado. Después, el desborde, como la avalancha del río que de pronto supera el obstáculo para seguir su cauce... El cielo que se colorea por los fuegos de artificio. El estruendo de los cohetes. El repiqueteo incesante y ensordecedor de los parches morenos. El crescendo tumultuoso de ese '¡Pelé!, Pelé', que se instaló en todas las gargantas, que se eleva en la pasión de un paroxismo incontrolable. Miro mi reloj. Son exactamente las nueve y treinta y ocho de la noche del dos de octubre del año mil novecientos setenta y cuatro... ¡Chau, Maestro! Me llevo un 'cacho' para mí... de ese adiós. A partir de ahora, de este mismo momento se acabó todo... Lo que sigue apenas si me importa... Pelé que se yergue con lentitud... Se despoja de la casaca que hizo lejendaria a lo largo de dieciocho años. Y la invasión de fotógrafos , el fulgor incesante de los flashes, la epidemia de micrófonos, la protección de los policías... De a poco se hace invisible envuelto en todos esos pretendientes a su última palabra, a su última foto... Porque aquí ya todo es lo último, lo dolorosamente último. La última escena. El último adiós a los diecisiete años. El último párrafo del cuento. La última página de la historia... Como es última esa vuelta olímpica que inicia agitando la casaca en el postrer ofrecimiento... '¡Pe-lé!, ¡Pe-lé!', sigue el coro de la multitud, '¡Pe-lé!, ¡Pe-lé!', gimen los parches morenos. '¡Pe-lé!, ¡Pe-lé!', sigue el coro presintiendo el inexorable desenlace... Allí, en la boca del túnel, apretujado por los centenares de fotógrafos y micrófonos, pretende ensayar el saludo definitivo. ¡Ah! Si uno pudiese introducirse en el alma de ese hombre. Espiar en su mente. Meterse en su piel... Saber qué piensa, qué siente. Desde aquí arriba lo alcanzo a ver... Ahora, cuando se lleva la casaca a los ojos, cuando parece enjugar alguna lágrima... ¿Qué es decir adiós? ¿Acaso un acto intelectual? ¿Una determinación? Porque hay que irse para siempre, ¿no es así, Maestro? Hay que partir. Darle la espalda a todo eso que uno más quiso en la vida. A todo eso que tiene que ver con su vida misma. Con su primeros entusiasmos. Con sus primeros sueños. Con la infancia. La adolescencia. La primera juventud. Con aquel tembloroso comienzo en Suecia... Con aquel primer gol mundial ante Gales... Hay que atreverse decididamente a ese adiós que nada tiene que ver con lo que uno medita, reflexiona, estima, decide..."
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