29.4.13


A 10 AÑOS DE LA INUNDACIÓN DE SANTA FE
El 29 de abril de 2003 la ciudad de Santa Fe padeció la inundación más grande de su historia, donde murieron 23 personas y casi media capital provincial quedó sumergida. Se estima que unas 100 mil santafesinos perdieron todos sus bienes, además del anegamiento de tres millones de hectáreas de la región metropolitana. Las pérdidas materiales fueron estimadas en más de 200 millones de dólares. Crónica de la catástrofe, en tramos de Río de lágrimas, nota de Carolina Monje y Cecilia Vallina en la revista TXT, nº8 del 9 de mayo de 2003.



“Hace más de un mes, en Tostado, los puesteros de las estancias que rodean el río Salado ya habían empezado a vender sus animales por temor a que la crecida ahogara la hacienda. En esos campos ubicados en el límite entre Santiago del Estero y Santa Fe, los pobladores se anticiparon al desastre. En las marcas de los pluviómetros de las estancias santiagueñas, el río había dado la primera señal.
La masa de agua, alimentada por las últimas lluvias, absorbía la descarga de una infinidad de zanjones, canales, lagunas y arroyos que drenan el sudoeste de Chaco, parte de Santiago del Estero, el norte de Córdoba y Santa Fe.
Caudaloso, completo, el Salado seguía bajando. La tala indiscriminada del Impenetrable chaqueño había destruido su última barrera natural. El río cruzó San Justo, Llambí Campbell y Candioti hasta tocar eI borde oeste de la ciudad de Santa Fe. A esa altura, sólo le faltaban cerca de cien kilómetros hasta alcanzar el río Coronda y volcar ahí, en su desembocadura, el exceso de agua que arrastraba.
Pero el río, que había surcado miles de hectáreas de sembradíos sin desbandarse, no pudo sortear el largo terraplén de cemento sobre el límite oeste de Santa Fe. Como si su nuevo peso le hubiera hecho olvidar el sentido de su corriente, el río no lograba avanzar hacia el sur. Sólo crecía hacia arriba, hacia el borde de las defensas de la ciudad. Empujado por 380 milímetros de lluvia, el Salado encontró alivio en un hueco de 500 metros que interrumpe el terraplén a la altura de un exclusivo club de golf manejado por influyentes deportistas de fin de semana que no querían interferencias visuales en su espacio recreativo. E! río tomó la interrupción como un alivio natural y en una hora volcó en Santa Fe el agua que no le pertenecía.
Deformado, irreconocible, el Salado avanzó sobre las calles, derribó árboles, volteó las puertas de las casas y las inundó. Levantó muebles, autos, invirtió objetos desafiando la ley de gravedad. El piso desapareció y todo lo que estaba apoyado en él comenzó a flotar o a hundirse. Desde su fundación, Santa Fe se alzaba sobre una especie de isla rodeada por las aguas del Paraná, las del Salado y las de la laguna Setúbal. Pero la semana pasada, ante el embate del río que la había atacado por el oeste, se derrumbó como un castillo de naipes para dar lugar a una nueva ciudad hecha de mojones de tierra a los que sólo se puede llegar en lancha, en canoa o en balsa. En esta nueva ciudad hay techos que son pisos, porque los pisos quedaron en el fondo del río. Las copas de los árboles se enredan con las hojas más gruesas de los camalotes, uniendo lo que antes pertenecía por separado al agua o a la tierra.
(...)

UN LANCHERO. Para recorrer el barrio Roma, como el Barranquitas o el Sur, es preciso subirse a una lancha. Héctor Núñez, nacido en uno de los barrios bajos de Santa Fe, de los que siempre se inundan, habla desde su experiencia: 'Una lancha es siempre mejor inversión que un auto e incluso que una casa', dice, más convencido que nunca. No cobra para trasladar a la gente desde o hacia sus casas, ni para salir a repartir comida ni para llevar periodistas. Lo único que pide es un bidón de nafta para echarle al tanque y seguir ayudando. Desde el día de la crecida no paró de recorrer las calles transformadas en canales por los que navega una nueva sociedad civil que no esperó a que el gobierno provincial se organizara. En el casco de la lancha Núñez tiene pañales, bolsas de polenta y decenas de botellas plásticas llenas de agua que ruedan y se chocan entre sí. Cada tanto para el motor y tira una botella, apuntándole a alguna de las manos que se asoman desde arriba de los techos. Los habitantes de esos techos le cuentan al lanchero que no aguantan el aislamiento y las noches a la intemperie. Algunos arman balsas con las cosas que flotan cerca: una madera, una plancha de telgopor. Bajan, dan una vuelta y vuelven a subir.
El agua de la ciudad no es igual a la del cauce del río: es espesa, pantanosa, lleva toneladas de basura, vidrios rotos, animales muertos y cadáveres de niños y ancianos atrapados en la tormenta. 'Yo encontré dos cuerpos y le fui a avisar a Prefectura, no sé qué habrán hecho. En los diarios anuncian 20 muertos pero los médicos de la Cruz Roja creen que, cuando el agua baje, va a haber más de 300', asegura Núñez. Al pasar delante de un vehículo anfibio del Ejército, les avisa a los uniformados cuáles son las cuadras en las que la gente no tiene agua ni comida.

UN TALLER. Luis Ciffre está parado sobre el techo de su taller mecánico. Debajo de él quedaron cuatro autos BMW y Alfa Romeo, una ambulancia con un equipo de alta complejidad, computadoras y máquinas de trabajo. Tiene 300.000 pesos bajo del agua. Cuando se acerca la lancha de Núñez, saluda y se acomoda en el borde del alero para conversar. Antes de hablar mueve varias veces la cabeza como quien dice que no, que no entiende, que no cree lo que pasó. 'Estuve toda una vida pagando las máquinas y pidiendo créditos para montar mi taller y me quedé sin nada', se queja. Trata de reconstruir la secuencia de su desgracia, pero no llega muy lejos: 'A la mañana nos dijeron que no iba a haber problemas porque las bombas estaban drenando', se acuerda, mientras se mete la mano en un bolsillo y saca un billete de 50 pesos. 'Lo único que me queda', dice, poniéndole fin al relato. Ciffre se pregunta quién va a pagar los autos. Veinte años de trabajo se perdieron debajo de cinco metros de agua en veinte minutos. Fue su hijo quien logró hacerlo salir del taller cuando el río le llegaba al cuello.”

Imágenes de la inundación

0 comentarios: