16.12.11

Fútbol

A 20 AÑOS DEL ADIÓS A BOCHINI
El 19 de diciembre de 1991 Ricardo Bochini tuvo su partido de despedida del Club Atlético Independiente. Bochini, uno de los grandes ídolos de la entidad de Avellaneda, nació en Zárate, provincia de Buenos Aires, en 1954, y debutó en la primera división en 1972. A lo largo de veinte temporadas se convirtió también en una de las figuras del fútbol argentino de las décadas del ‘70 y ‘80 hasta su último partido oficial, en mayo de 1991. El adiós, en tramos de El último pase del mago, nota de Gonzalo Abascal en la revista El Gráfico, nº 3768 del 24 de diciembre de 1991.






   “Nunca viste nada igual, ¿no? -me preguntó.
   -No, Bocha -le respondí.
   Entonces prefirió el silencio, los ojos apuntaron al recuerdo y la confesión se le escapó chiquita, sin pretensiones, con su estilo: 'Cuando saludé a la hinchada me emocioné... Sí, me encontré con la mirada de dos o tres chicos llorando y yo no pude aguantar, me emocioné...' Y otra vez se le perdió la voz. Se calló. A esa hora -tres y media de la mañana del viernes- las sombras habían ganado Avellaneda y Ricardo Enrique Bochini regresaba a su casa acompañado de un solo sentimiento: una felicidad profunda y conmovedora.
   Quince horas antes, a las 12.20 del mediodía del jueves, le había abierto los ojos al día de su homenaje con un ligero malhumor mañanero. Pero le duró apenas minutos. Al rato ya lo acompañaba la misma sonrisa tímida de siempre. Se puso un pantalón corto Topper y abandonó su habitación para enfrentarse con el desorden de invitaciones, sobres blancos y cajas de letraset que habían invadido su living. Monterito y Bolita, dos amigos inseparables llegados desde Zárate, trabajaban con afán en los últimos detalles. El Bocha miró sin mucha atención la tapa de los diarios Clarín, Crónica y Popular y deslizó su primer comentario: '¿No va a llover, no?'. Lo dijo buscando una respuesta que lo aliviara, pero no demoró en sincerarse: 'Aunque el tiempo está fuleria. Si llueve, la c... Tenemos que hacer como ese que organizó un partido amistoso en Tucumán y, mirando el cielo con nubes, decía: Diosito, no me falles, que no llueva justo hoy'. Entonces, otra vez se le escapó la sonrisa marca Bochini. Esa que es mucho más elocuente en sus ojos.
(...)
   Era la una de la tarde en Buenos Aires y el calor y la humedad habían dado paso a una tormenta que presagiaba amargar cualquier festejo. Fermín, el más conocido de los hermanos del Bocha, que había llegado al departamento de Callao unos minutos antes, se asomó al balcón del séptimo piso y también tuvo tiempo para el humor: 'Y qué querés, si viene mi vieja a la cancha. Es la segunda vez en veinte años. La primera vino a ver Independiente-Racing y llovió como nunca, se inundó todo Avellaneda y el partido se suspendió.'
(…)
   Entonces, sí, todos emprendieron el camino hacia Avellaneda. En la rural Mercedes, Larocca, Bochini y los dos hombres de EL GRAFICO; en un Peugeot 505, su amigo Luis Bergonzi, con su familia y los sobrinos del Bocha. En el camino su estado de ansiedad comenzó a agigantarse, mientras la respuesta del público parecía sorprenderlo. A cada paso se repetían los bocinazos saludándolo, mientras la transmisión de Radio Rivadavia, en directo desde el estadio, auguraba una fiesta. 'Parece que hay lindo clima, ¿no?', alcanzó a comentar tímidamente, mientras sonreía escuchando por radio a su amigo Enzo Trossero diciendo: 'Vengo al homenaje a un gran jugador, pero sobre todo a un tipo muy leal.' El ingreso a la autopista que conduce hacia Avellaneda está plagado de bocinazos y saludos, mientras las banderas rojas empiezan a flamear por las ventanillas. Él responde levantando apenas alguna de sus manos. Un minuto de detención sirve para que un enamorado de este hombre se acerque hasta la ventanilla y le pida sin vergüenza: 'Dame la mano que me muero, fiera. Lucite hoy, eh. Que estamos todos con vos en la cancha'.
   Así hasta llegar a las calles vecinas al estadio. La multitud, entonces, es incontenible. Cientos de hombres, mujeres y chicos se abalanzan sobre el auto buscando su saludo. El Bocha, baja la ventanilla y responde con una sonrisa cada pedido. Un hombre mayor se acerca y le dice casi a los gritos: 'Yo soy bostero, pero no importa. Quiero estar con vos'. En medio de tanto afecto, Oscar Mosteirin apenas puede contener las lágrimas y Carlos Larocca exclama: 'Como el Papa, Bochita, sos como el Papa'.
   A las ocho menos diez de la noche ingresó al estadio, rodeado de besos y más besos. En el vestuario se encontró con sus amigos. Nadie le falló. Nadie podía fallarle. Estuvieron Gatti, Villaverde, Carlos Enrique, Olguín, Marangoni, Trossero, el Turco García, Reinoso, Alonso, Bertoni y muchos más. Solo él podía lograr tanta adhesión. Mientras, cerca de la playa de estacionamiento, Hugo Alberto, su hermano mayor, contaba conmovido: 'Cuando era pibe nadie creía que llegara a ser jugador de fútbol. Tenía unas piernas tan flaquitas. Pero él no lo dudaba. Una vez me sorprendió su seguridad. Estábamos viendo por televisión la despedida de Pelé, y el relator decía: «¿Cuánto valdrán esas piernas, señores?» Entonces el Richard, que estaba acostado, se destapó, y mirándose las piernas nos preguntó: «¿Y éstas, cuánto costarán?»'.
(…)
   A las doce menos cuarto de la noche convirtió su último gol. Se sacó la camiseta, se la regaló a su hermano Hernán y recorrió la última vuelta olímpica, mientras más de cuarenta mil voces frenéticas cantaban: 'Y Dale Bocha, dale Bocha, dale Bo.../ Y Dale Bocha, dale Bocha, dale Booo / Porque te quiero / te vengo a ver / aunque esta noche sea la última vez.' Él cantó con ellos, levantó sus brazos y agradeció. Frente a sus hinchas, a los de la popular, a esos que le entregaron un amor eterno e incondicional, se emocionó casi hasta llorar. Minutos después desapareció debajo de la tierra, despidiéndose como jugador. Uno de esos hinchas, Diego Paternóster, con las lágrimas incontenidas y la voz extinguida, alcanzó a decir: 'No puedo más. Estoy destruido. Cuando se paró frente a nosotros se me heló la sangre. Lo busqué con la mirada a mi hermano en busca de apoyo y lo encontré llorando desconsolado. Entonces no aguanté más. Bochini es increíble. Parecía que nos miraba a los ojos a cada uno, te estremecía. Es de otro mundo.'

A Bochini, por Carlos Peralta


José María Muñoz relata el gol de Bochini a la Juventus en 1973


Ricardo Bochini: tan grande como el fútbol


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