7.8.09

Estados Unidos: caso Watergate

HACE 35 AÑOS RENUNCIABA NIXON
En junio de 1972 cinco hombres habían sido sorprendidos instalando dispositivos de espionaje en el edificio Watergate del opositor Partido Demócrata. La noticia fue investigada por los periodistas Carl Bernstein y Bob Woodward, del diario Washington Post, y luego por el Congreso. A mediados de 1974, el presidente Richard Nixon reconoció haber sido informado del hecho y haber buscado obstaculizar las investigaciones. Finalmente, el jueves 8 de agosto de 1974, el mandatario anunció su dimisión.


La caída de los dioses
El helicóptero se elevó pesadamente sobre los árboles de magnolia que otro presidente en problemas –Andrew Jackson- hiciera plantar, hace más de 100 años, en el amplio parque que rodea la Casa Blanca. Los ojos humedecidos de Julie Eisenhower –acompañada por Gerald Ford, el staff de la Casa Blanca y amigos- marcaban la dramática despedida de su padre: Richard Nixon, el primer presidente en la historia de USA que debe renunciar a su puesto. Un minuto más y el helicóptero desapareció tras la cúpula del Jefferson Memorial rumbo al aeropuerto donde –por última vez- Nixon abordaría el Boeing 707 presidencial para dirigirse a su residencia de California.
El principio del fin se hizo patente cuando, el lunes pasado, Nixon levantó el velo sobre otra colección de cintas grabadas confesando que había tratado de ocultar el escándalo Watergate seis días después de producido y no meses más tarde como tantas veces asegurara. Fue su autocondena. De ahí en más los miembros del Congreso que aún lo defendían le extendieron el pésame y un par de días más tarde su decisión estaba tomada. El miércoles, Richard Nixon confiaba a su familia la intención de renunciar. Dicen que su mujer absorbió el golpe con esa entereza increíble que la ha caracterizado en este último año de reveses. Pero sus hijas lo alentaron en un último esfuerzo por resistir. Fue sólo un gesto. Nixon sabía que no tenía chance. Se lo confirmaron los propios líderes de su partido y entonces sólo le quedó como único recurso ponerlo al tanto a Gerald Ford sobre el traspaso del poder y enfrascarse con sus escritores en la redacción de un discurso de renuncia acorde con las circunstancias. El jueves por la mañana radios y televisión anunciaron que el presidente hablaría a las nueve de la noche. No hizo falta ningún comentario agudo para saber de qué se trataba. La palabra renuncia ya había recorrido el país de un extremo a otro.

Los últimos momentos
A las ocho de la noche las emisoras comenzaron a difundir las impresiones previas al significado del discurso (las primeras planas de los diarios ya habían adelantado el clima). La renuncia se daba por descontada, sólo se especulaba sobre el tono del anuncio. Algunos intentaron comparar la trascendencia con Pearl Harbour, otros hicieron el paralelo con la expectación que rodeó a la primera excursión lunar. En un teatro de Broadway la obra se suspendió y los actores dieron paso al televisor que, ubicado en el centro del escenario, acaparó la silenciosa atención del público que colmaba la sala. Frente a la Casa Blanca, varios cientos de personas dividían sus sentimientos en forma más extrovertida. Un grupo reminicente de los que hasta hace poco protestaban por la guerra de Vietnam, elevaban sus carteles pidiendo el encarcelamiento de Nixon y celebrando su renuncia. Una bandera del Vietcong, entre esos carteles, motivaba la amarga respuesta de los que todavía creían en Nixon y rezaban junto a una de las rejas que circundan la mansión presidencial. La dirección tan famosa, avenida Pennsylvania 1600, se convertía en centro de atención mundial. Sin embargo, ómnibus y autos continuaban pasando frente a la Casa Blanca como en cualquier otra noche. En Times Square, ese centro neurálgico de Nueva York que, generalmente, es el punto de reunión de multitudes cuando se produce cualquier hecho de relieve, la muchedumbre nunca se materializó.
Por fin, alas 21.04 hora de Washington, Richard Nixon apareció en pantalla. Le bastaron 17 minutos para despedirse oficialmente del puesto que detentara oficialmente durante cinco años y medio.
Los más exaltados de los muchachos que se agruparon frente a los monitores de televisión, en la plaza vecina a la Casa Blanca, aplaudieron ruidosamente celebrando la retirada de Dick, el Tramposo, según el slogan todavía en boga. Fue realmente un aislado despliegue de animosidad. Ni siquiera en las reuniones preparadas esa noche en las residencias de famosos enemigos políticos de Nixon, se registraron expresiones jubilosas. El whisky acompañó la reflexión y las figuras más notorias apenas si aventuraron cautelosas declaraciones. Kennedy, Humphrey y otros senadores y personalidades de similar prestigio, se remitieron a señalar que todo era por el bien del país”.

Extracto de la nota “La caída de los dioses”, de Juan Abraham, corresponsal de la revista Panorama en Washington, publicado en la edición 373 del 13 de agosto de 1974
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