13.5.09

A CUARENTA AÑOS DEL ROSARIAZO

En una Argentina gobernada por militares y en crisis, la muerte del estudiante universitario Aberto Bello por la represión policial en una manifestación, sumado a hechos similares ocurridos semanas anteriores (tres días antes, en Corrientes, murió baleado el estudiante Juan Cabral) , desencadenó el 18 de mayo de 1969 el Rosariazo, prolegómeno del Cordobazo, la insurrección popular en la provincia mediterránea. A continuación la cobertura de la revista Primera Plana.


Eran las dos de la mañana y nadie dormía en Rosario, el jueves 22 de mayo. El aire flotaba sucio sobre las calles del centro, rumiando algunas hilachas de ceniza y desparramando polvo de ladrillo sobre la cara de la gente. Nadie dormía porque nadie quería dormir. Las casas estaban sitiadas por sus propios habitantes; los vecinos hablaban desde los balcones, en el tercer o cuarto piso, con los transeúntes desvelados. La guerra de las ocho horas (inició a las 18hs del miercoles 21) terminaba en ese momento. Los estudiantes y la población de Rosario habían derrotado a los mil ochocientos agentes de la Policía de la ciudad.
Replegados en el edificio de la Jefatura, sobre la calle Santa Fe, los vencidos esperaban el asalto final, en posición de combate. A setenta metros de distancia, los estudiantes seguían hostigándolos. Pero no pensaban atacar. Se contentaban con la fiesta que crecía alrededor, como una espuma.
Por lo menos una hoguera –de las miles que se encendieron durante la refriega- seguía flameando en cada cuadra. El barniz negro del pavimento estaba enmascarado bajo las capas de ladrillo y el agua rojiza que habían soltado las autobombas policiales. Los hierros, cajones, adoquines, botellas y macetas arrojados desde los techos brotaban de las veredas fantasmales, rodeados por un cerco de llamas.
Pocas veces, en la Argentina, hubo una noche de sangre que fuera, al mismo tiempo, una noche de júbilo. La gente averiguaba la situación de los heridos, pero a la vez se permitía el lujo de alguna risa suelta. Todos habían presenciado una escaramuza, o habían visto caer a un amigo bajo los sables y las balas de la Policía. Y, sin embargo, bastaba que un caballo pasara a la carera, sin su jinete uniformado, para desatar las bromas. Entre los grupos de conversadores se filtraban los chicos, disputándose los trofeos de la guerra: la empuñadura de un sable roto, los bastones de los agentes, las cápsulas de balas.
Frente a los hospitales y dispensarios, las caras eran más graves. Las informaciones entraban y salían, confusas: las madres, que daban ya a sus hijos por muertos, lloraban junto a las estudiantes que arrastraban a un compañero herido hacia las salas de emergencia. Los médicos curaban y suturaban, a un promedio de 35 lesionados por hora.

Fragmento de la nota “La sublevación de los rosarinos”, publicada por la revista Primera Plana en su edición del 27 de mayo de 1969.


[+/-]

0 comentarios: