Después de los picos registrados en Córdoba, en Mendoza y en el Gran Buenos Aires, mientras el jefe del estado (Raúl Alfonsin) narraba por televisión sus preocupaciones por los desposeídos –pero no mencionaba un aumento de salarios-, a partir del atardecer de ese domingo 28 de mayo último la ciudad de Rosario se iba convirtiendo en vasto escenario desborde popular que suele ocurrir cuando los pueblos se sienten humillados. Multitudes que en las primeras 24 horas llegarían a 40.000 personas iban a arrasar más de un centenar de negocios en los que se venden comestibles. Las zonas que vieron llegar vacía e irse empaquetada a tanta gente-la sur, la norte y la oeste- quedarán como una imagen ni siquiera comparable con el rosariazo de veinte años atrás. No sólo allí: una población cercna, villa Gobernador Gálvez, era otro foco de protesta.
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