EL TRIUNFO
Dos horas antes, a la una menos diez de la tarde, el campeón había llamado al árbitro Lothar Schmid. Le informó oficialmente de su renuncia, no iría a la sesión aplazada. Schmid tuvo que telefonear a Euwe (presidente de la Federación Internacional de Ajedrez): ¿podía aceptar una renuncia por teléfono? Fischer no estaba informado, y quizá no se habría enterado hasta más tarde si el fotógrafo de Life Harri Benson no se hubiera topado con Spasski en el hotel Saga, cuando el ya ex campeón salió a dar un paseo. Se sucedieron una serie de llamadas frenética. Benson llamó a Fischer, el cual telefoneó a Schmid e insistió en que, de ser cierto, la renuncia tenía que ser por escrito. El propio Schmid escribió algo, pero dijo a Fischer que debería presentarse a la hora señalada de la sesión aplazada.
El match había terminado.
No fue un gran final, ningún puñetazo que enviara al campeón a la lona, nada espectacular. No se tiraron sombreros al aire, no hubo pataletas ni vítores. Así se transfirió la corona, sin alharacas, con un anuncio oficial. (…) Una vez victorioso, al menos Fischer fue magnánimo con su contrincante derrotado. Spasski era «el mejor jugador» que había conocido. «Todos los demás jugadores con los que he competido se derrumbaban al algún momento. Con Spasski nunca sentí eso». El presidente Nixon envió un telegrama de felicitación a Fischer. Spasski concedió algunas entrevistas. Parecía agotado y dijo que necesitaba «dormir, dormir y dormir»”.
SU INFANCIA
"Fischer era un niño taciturno, fascinado por los juegos de mesa y los rompecabezas, y cuando cumplió seis años su hermana Joan le regló un ajedrez. Juntos aprendieron los movimientos a partir de las instrucciones. Al cabo de poco tiempo, Fischer se absorbió tanto en el juego que su madre temió que pasara demasiado tiempo solo. Envió un anuncio al periódico local, el Brooklyn Eagle, solicitando compañeros de juego ajedrecistas para su hijo, pero nunca fue publicado porque el equipo editorial no se pudo de acuerdo sobre en qué categoría colocarlo. Lo que hicieron, en cambio, les granjeó un lugar en la historia del ajedrez: se lo enviaron al veterano periodista de ajedrez y directivo Hermann Helms. Escribió a la madre de Fischer en enero de 1951, sugiriendo que llevara a su hijo al Club de Ajedrez de Brooklyn.
Durante los años siguientes, Fischer pasó muchas horas en el club, entrenando por el presidente del mismo, Carmine Nigro. Frustrado por la tozuda resistencia de su hijo a los encantos del juego, Nigro estaba entusiasmado con el nuevo recluta. Por las noches, cuando cerraban el club, Fischer daba la lata a su madre para que le acompañara al Washington Square Park de Manhattan, donde el juego saltaba la división de clases y reunía jugadores de todo el espectro social de Nueva York, desde los prósperos corredores de bolsa de Wall Street hasta los sin techo ahítos de cerveza. Para disgusto de su madre, la obsesión de Fischer no mostraba signos de apaciguamiento, de manera que le llevó a la Unidad de Psiquiatría Infantil del Hospital Judío de Brooklyn. Allí le visitó el doctor Harold Kline, quien dijo a su madre Regina que existían preocupaciones más graves. Cuando Fischer se hizo mayor, empezó a desplazarse a Manhattan sin compañía, y su madre viajaba a la ciudad ya avanzada la noche para llevárselo a rastras.
Fischer no fue un prodigio instantáneo. Con un talento innegable y un profundo dominio intuitivo del juego, jugaba bien en clubes de ajedrez y torneos, aunque no de manera espectacular. No fue hasta 1954, a la edad de once años, cuando Fischer, utilizando sus propias palabras, «empezó a ser bueno»”.
La aventura acabó en desastre. No porque sus anfitriones le trataran mal. Al contrario, los soviéticos le consideraban un invitado de honor, le alojaron en un hotel de lujo, le proporcionaron un coche, un chofer y un intérprete. Le ofrecieron ver el Kremlin y llevarle al Bolshoi. Fischer declinó todas las distracciones. Él había ido a jugar al ajedrez. Por la mañana fue al Club Central de Ajedrez de Moscú, volvió al hotel a comer y luego regresó al club hasta la noche, donde sus contrincantes incluían a los jóvenes grandes maestros rusos Alexandr Nikitin y Yevgueni Vasiukov. Dijo al jefe del Departamento de Ajedrez del Comité Estatal de Deportes, Lev Abramov, quien se había encargado de los preparativos de su bienvenida, que deseaba jugar con algunos grandes maestros soviéticos. Abramov afirma que habló con cierto número de grandes maestros, tras lo cual el campeón adolescente norteamericano preguntó cuánto le iban a pagar. Abramov contestó que no era costumbre soviética pagar a los invitados. Al final, Fischer consiguió jugar tan solo algunas partidas relámpago con el futuro campeón del mundo Tigran Petrosian. Incluso a su edad, la demanda de reconocimiento de Fischer era evidente. Da la impresión de que ese desaire está en el origen de su sempiterna antipatía por todo lo soviético, sin duda muy influido por el clima anticomunista dominante en Estados Unidos”.
Textos seleccionados del libro “Bobby Fischer se fue a la guerra: El duelo de ajedrez más famoso de la historia”, de David Edmonds y John Eidinow. 1ª ed. Buenos Aires. Editorial Debate. 2007
EL DÍA DESPUÉS
Atraído definitivamente por la iglesia a la que pertenecía –donó 94.315 dólares de sus ganancias- se alojó en Pasadena, California, en uno de los hogares de esa institución. Es cierto: alguna vez se medió –venciéndola- contra la computadora del Instituto de Tecnología de Massachussets, pero más allá de ese hecho, fue noticia para el ajedrez únicamente el jueves 3 de abril de 1975, cuando luego de haberse negado por tercera vez a contestarle a la Federación Internacional, ésta lo despojó del título a las 11 de la mañana de ese día en la reunión de Ámsterdam, Holanda”.
Extraído de “Bobby Fischer, la misteriosa leyenda de un genio”, de Carlos Irusta, publicado la revista El Gráfico nº 3422, 7 de mayo de 1985.
Ilustraciones:
Revista Panorama número 280 del 7 de septiembre de 1972. p.44 “Ajedrez: Fischer…”
Revista Primera Plana número 502 del 12 de septiembre de 1972. p.47. “La caída…”
Revista Time del 31 de julio de 1972. pp.24-29 más tapa
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