6.8.12

Juegos Olímpicos

HACE 80 AÑOS ZABALA GANABA EL MARATÓN EN LOS ÁNGELES
El domingo 7 de agosto de 1932 Juan Carlos Zabala ganó en los Juegos Olímpicos de Los Ángeles la primera medalla de oro de la historia del atletismo argentino. Con sólo 19 años, el Ñandú Criollo, registró un récord olímpico de 2h 31m 36s. El relato de la carrera en primera persona: “Gano la maratón o me sacan en ambulancia”, fragmentos de la nota de la revista El Gráfico nº 3375 del 12 de junio de 1984.




“Lo que pasa antes y después de una carrera, influye mucho. El día anterior a la maratón me entrevistó un periodista de The New York Times. En un momento del reportaje le dije: 'Voy a demostrar que se puede largar en punta y llegar primero. Los que quieran, que me sigan. O llegan después o se rompen en el camino'. El día de la carrera ese diario me calificaba de argentino pedante. Me agrandé más. Ya no me quedaban dudas del triunfo ni de poder batir el récord mundial.
Otra cosa que influía mucho era mi poca edad... tenía 19 años. Si hasta tuvimos que alterar la documentación para que me dejaran participar en los Juegos. Lo hicimos gracias a (el presidente argentino Agustín P.) Justo, porque en la maratón había que tener por lo menos 20 años para poder competir. Eso se lo conté después al barón Pierre de Coubertin, en aquella época presidente del Comité Olímpico Internacional, y comprendió que esa medida era absurda y consiguió que la cambiaran.
Tampoco podían entender muchos periodistas mi método de entrenamiento. Ellos preguntaban cómo me preparaba, qué comía, cómo iba a encarar la carrera. Yo les confesé la verdad pero, sin embargo, pienso que no me creyeron. Les dije que comía de todo: asado, pastas, frutas y verduras. Que me entrenaba corriendo todos los días, que nadaba... decían que estaba loco.
Al final llegó aquel 7 de agosto de 1932 -eran San Cayetano- y con Ciccarelli y Ribas -los otros argentinos, que también corrían la maratón- llegamos al Coliseum apenas quince minutos antes de largar. Eramos veintiocho corredores y nos dividieron en dos filas. A los argentinos nos tocó la primera. La tarde era primaveral, lindo día para correr. (El entrenador argentino Alejandro) Stirling me dijo que no me dejara llevar por el juego de los finlandeses, porque me iban a correr en equipo. La orden era salir tranquilo, pero agarré la punta desde el principio. Dimos dos vueltas a la pista y cuando estábamos a punto de dejar el estadio, un italiano me quiere pasar. Apuré el tren y conseguí salir primero. Iba en contra de lo aconsejado, pero el triunfo me dio la razón.
Desde un coche me esperaban en algunos tramos de la carrera (el nadador Alberto) Zorrilla y Stirling, me pedían que no apurara tanto el paso, seguí yendo primero. Cuando llegamos a los 32 kilómetros, el finlandés Virtanen quiso cortarse, yo tenía un fuerte dolor en la rodilla y lo único que intentaba hacer era aguantar. Ya en los 15 kilómetros había abandonado el otro finlandés -Toivonen- que empezó a escupir sangre.
Faltando cuatro kilómetros agarré la punta y no la dejé más. Si hay dos recuerdos que me quedaron para siempre grabados, son los últimos metros de la maratón cuando en el túnel de ingreso a la pista del estadio sólo se escuchaba el ruido de mis pasos. Y el hermoso momento después del triunfo, escuchando el himno y viendo flamear la bandera en lo más alto.
Cuando crucé la línea de llegada, me pasó algo gracioso. Resulta que muchos diarios de entonces dijeron que caía desmayado por efecto del cansancio, pero no fue tan así. Es que el boxeador Carmelo Robledo, que en esos Juegos ganó también la medalla dorada, entusiasmadisimo me tiró una bandera argentina con un mástil de hierro que me pegó en la cabeza. No es cierto que me haya estado derrumbando, sólo pasó que me derrumbaron...
El triunfo era importantísimo por varios motivos. Primero, porque había ganado con récord olímpico: 2h31m36s. Además, había otra doble responsabilidad que ya sentía antes de correr: no defraudar a los argentinos y ser un latino que iba a intentar quebrar lo que era hasta entonces un privilegio de sajones, escandinavos y germanos.
Cuando me abracé con Zorrilla, le comenté: '¿Viste? ¿No te dije que iba a ganar... y haciendo el récord?' Después me confesaría que esa alegría significó para él una emoción mayor que la propia medalla dorada de 1928. La verdad es que parecía más cansado que yo en ese momento.
Mi festejo a la noche fue inolvidable. Me vino a buscar el famoso Jesse Owens para llevarme a cenar a Hollywood. Ni lo pensé. Me vestí y me fui con el negro. Comimos muy bien, nos reímos mucho y pasé un gran momento. Había sido un día maravilloso para mí, sobre todo pensando en toda la repercusión que ese triunfo estaría teniendo en Buenos Aires.
Esa carrera también me ayudó a aprender otras cosas muy importantes. Con los años me di cuenta. La vida es como una maratón: nunca hay que darse por vencido...”

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11-10-1911: Los 100 años de Zabala, el Ñandú criollo





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