21.11.11

Aviación

HACE 70 AÑOS MORÍA CAROLA LORENZINI, PIONERA DE LA AVIACIÓN ARGENTINA
El 23 de noviembre de 1941 falleció Carola Lorenzini cuando realizaba una acrobacia aérea en el aeródromo de Morón. Nacida en 1899, fue una de las más destacadas figuras de la aviación civil argentina. Luego de muchas dificultades, en 1933 obtuvo su carnet de piloto y dos años más tarde, batió el récord sudamericano de altura -5.381 metros-. En 1940 unió en un raid aeronáutico las catorce (por entonces) provincias argentinas. Tramos de La paloma gaucha plegó sus alas, nota de Ricardo Lorenzo (Borocotó), publicada en la revista El Gráfico, nº1168 del 28 de noviembre de 1941.






   “Elija -le dijo el jefe de la oficina: -el empleo o la aviación.
   -Las dos cosas me son igualmente necesarias -respondió Carola; -una, para comer; la otra, para vivir.
   Y quedó cesante. Lo sabía, pero le era imposible renunciar a lo que significaba su vida, esa vida íntima y lejos de la comprensión vulgar. Había nacido paloma y el día que lo comprendió instalada en un aeroplano, desplegó sus alas dándole alas a su alma que se las pedía.
   -¿No se aburre, Carola, en esos vuelos tan largos y solita?- le pregunté no hace mucho.
   -¡Qué esperanza! Me entretengo haciendo cálculos..., tomando distancias... pensando... viviendo... -fue su respuesta simple acompañada de esa su sonrisa amplia y desbordante.
Carola le decían todos. Le sobraba el apellido para individualizarla. Había una sola Carola. Y hasta se la tuteaba. Como a Jesús.
   -Decime -le pregunté cierta vez a un piloto de esos que gastó muchos mamelucos volando y que no le tenía mayor aprecio personal a Carola; -¿hay otra aviadora tan capaz como Carola?
   -Ninguna -me contestó sin vacilar. -Y lejos de todas... y de muchos.
   Tenía hondo arraigo en el pueblo. En ese aspecto se compara a otra figura de nuestra aviación: Jorge Newbery. Para la multitud que no sigue de cerca la aviación, para quienes desconocen los altos valores de las alas argentinas, existía una figura representativa: Carola Lorenzini. Era como una justificación, como si el vuelo no pudiera existir sin esa paloma gaucha que acaba de plegar sus alas para siempre. Ella vencía todas las distancias, todas las dificultades, todos los peligros. Más: no había peligros para Carola. No podía admitirse que cayera trágicamente. Tal era la confianza en ella depositada. Y ese sentimiento significaba el mayor reconocimiento a su enorme capacidad. Carola no podía morir volando. Había nacido para estar suspendida en el aire, como una estrella.
   -Vuelo sola. Si lo hago bien, el mérito es mío; si lo hago mal, la culpa es mía. Soy responsable de mis méritos y de mis errores -me dijo una vez.
   Sus contestaciones eran categóricas. Guapa en la vida y en el aire, acaso esa misma dureza suya, hecha de pamperos y horizontes, la llevara a no medir ciertas distancias y a chocar contra algunas jerarquías. Pero, ¿quién no tiene sus errores? Y si derecho a poseerlos nos asiste a todos los mortales, no era el caso de señalárselos a Carola cuando eran los menos, porque las virtudes eran las más.
   La conocí 'peleándome' con ella. Y a los dos minutos de discusión, nos hicimos amigos. Y lo seguimos siendo. Y lo seguiremos siendo cuando nos encontremos lejos del plafond más alto.
   Un día la llevaron a volar. El piloto Víctor Pauna le brindó esa satisfacción.
   -¿Se asustó? -fue la pregunta.
   -En absoluto.
   Le hicieron gustar de la acrobacia.
   -¿Se asustó?
   -Nada.
   Desde entonces, todas las mañanas bien temprano, Carola Lorenzini bajaba de un modesto ómnibus en Morón y caminaba cuadras y cuadras hasta el aeródromo para seguir su curso de pilotaje. Vendió su bicicleta; hizo lo propio con un diccionario enciclopédico compuesto de varios volúmenes; redujo sus pequeños lujos, y así fue juntando los 600 pesos que demandaría el aprendizaje. Después de la sesión dirigida por Ignacio Cigorraga, volvía otra vez a pie hasta el ómnibus, camina que te camina, para luego meterse en aquella oficina en la cual un día habrían de darle a elegir su rumbo.
   -Fueron grandes los sacrificios... pero en el truco dicen: lo que cuesta, vale. Y así fue. Por volar he sufrido muchos disgustos y hasta he perdido mi estabilidad económica, pero las emociones que sentí, las horas de placer inefable que viví solita por el cielo, esas no hay plata que las pague -me narraba un día con charla pintoresca y sus gestos varoniles.
   Cuando cayó cerca de Posadas, demostró una vez más su temple. Bajó del aparato, el cual, en el golpe, había perdido las alas y el tren de aterrizaje. No pensó en que tenía la nariz y un ojo lastimados. Estaba en una inmensa soledad. Comenzó a caminar por entre los bañados.
   -Con mi ojo tuerto y mi nariz abollada -me contaba,- con los pies que me hervían porque llevaba medias gruesas, caminé seis horas hasta encontrar una choza. Después, una jornada igual a caballo para hallar un sitio de donde poder comunicar mi caída. -Seis horas a pie en una soledad desconocida; seis horas a caballo... ¿comprenden ustedes lo que es eso? ¿Se imaginan el temple que es preciso tener para sumar esas horas de marcha, de dolor físico y moral?
(…)
   -Dígale a Borocotó que me escriba algo lindo -le dijo en broma a nuestro fotógrafo cuando le tomó la foto que habría de ser la última.
   Y no pude escribirle algo lindo. Teníamos que ir un día de estos al Colegio Arriola de Marín para satisfacer el pedido de muchos pibes que cuando escuchaban el zumbido de un avión miraban el cielo y decían: 'Carola Lorenzini'.
   Continúen mirando el cielo, pebetes. Allá arriba está Carola siguiendo el silencioso vuelo de la eternidad. Miren y recen un poquito.”






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