A 25 AÑOS DE LA MUERTE DE ANTONIO DI BENEDETTO
El 10 de octubre de 1986 murió el escritor y periodista Antonio Di Benedetto, autor de Zama, Los suicidas y El silenciero, entre otras obras. Secuestrado el día del último golpe militar, fue recluido en un centro clandestino de detención donde sufrió torturas. Pudo salir del país en 1977 y regresó en 1984. Fragmentos de Antonio Di Benedetto. Final del juego, nota de Jorge Lanata en la revista El Porteño nº 59, de noviembre de 1986.
"El espejo es un ojo: lo miramos, nos miramos y él nos ve, nos está mirando.
Antes de que cerrara la puerta del baño del avión, el espejo del botiquín lo atrapó en un gesto. Le molestaban los ruidos, el zumbido atemporal del vuelo. Por un momento se divirtió pensando que, tal vez, el avión fuera una gran coctelera inmóvil que atravesaba el tiempo. Después caminó tambaleando hacia el oriente y cambió sonrisas con una pareja de turistas brasileños. Trató en vano de concentrarse en la lectura. Octubre de 1984, dice el ejemplar de El País que vuelve a caer sobre su falda.
Pensó en su hija, de algún modo ambos habían sido víctimas de la espera.
—¿Español? –pregunta alguien en el asiento de al lado.
—No.–responde, y desiste de iniciar la charla.
Un altoparlante dice que en una hora harán escala en Río, en el aeropuerto de El Galeão. Se pregunta si una hora será suficiente para responderle a su compañero de ruta. O acaso cinco, las horas que faltan para llegar a Buenos Aires. Quizá en cinco horas pudiera contarle que estuvo los últimos siete años en Madrid, sin poder escribir, preguntándose por qué un 24 de marzo de 1976 comenzó a temerle a su suerte. Podría empezar la charla diciéndole:
—No, soy argentino. Yo era subdirector del diario Los Andes, de Mendoza, tal vez lo conozca.
No. No tenía sentido. Quizá un comienzo más mordaz:
—No, soy argentino. Fíjese que curioso, hasta el día de hoy desconozco por qué me secuestraron. Tal vez haya sido por una mujer lo que, de ser así, al menos convertiría en líricos aquellos meses de muerte. Pero no lo sé con seguridad. Mujer o ideología, de todos modos hubiera sido cuestión de tiempo. Lo primero que hicieron al detenerme fue pisar mis lentes. Verá por su grosor que los necesito. Estuve más de un año detenido y sin poder leer.
A esa altura seguramente el interlocutor desearía estar en otro vuelo. Le gustó el juego, pensaba seguir así:
—Tuve, además, cuatro simulacros de fusilamiento. En La Plata Monseñor Primatesta le aseguraba a mis amigos que no podía pedir por un sólo desaparecido en particular, que la Iglesia pedía por todos. Finalmente gracias a Sabato, Mujica Láinez, Heinrich Böll, tuve la opción para salir del país.
El avión volvió a levantar vuelo y nuevamente el zumbido. Cuando miró a su lado, descubrió que su compañero de asiento había bajado en El Galeão.
(…)
Una semana más tarde irá a Mendoza, como huésped de la Provincia. Dos puertas se le cerrarán: la casa de su ex mujer, que se declarará de luto cerrando todas las ventanas, y las oficinas del diario Los Andes, donde la llegada de quien fuera su director quedará silenciada.
(...)
Predecir: anunciar, presagiar, pronosticar, vaticinar. Le gusta jugar con las palabras. Se pregunta si aquella novela escrita en 1956, Zama, no será de algún modo un presagio sobre su propia vida. La historia de aquel funcionario anclado en Asunción, durante el Virreinato, esperando su traslado.
Todo demasiado llano, demasiado fácil. Pero yo le temía a mi suerte, había escrito treinta años atrás.
(…)
En los meses que siguieron trató con discreción a las promesas: un cargo en la Secretaría de Cultura. Otro en el gobierno de Mendoza. O en la Dirección del Libro. Alguno llegaría.
(...)
La eventualidad ahora no respondía a los aeropuertos sino a los alquileres. El escritor se resistía a pedir y llegó a evitarlo por el absurdo: imaginó un aviso que diría: “Periodista repatriado y desesperado anda buscando departamento en Buenos Aires”. Consiguió uno en Pueyrredón y Las Heras. Paralelamente, se le ofreció en la Casa de Mendoza un contrato para organizar su biblioteca: 150 australes al mes.
Diego de Zama llegaba todos los mediodías a la Casa de Mendoza y decidía refugiarse en la lectura de la agenda cultura de La Nación (...) Tenía dificultades para caminar. Las veredas eran para Zama un reflejo de lo que había padecido esta sociedad. Ciertamente dificultaban el paso de cualquiera, como el pasado dificultaba el paso de esta vaca ciega en que se había convertido la Argentina. Una voz impersonal le anunciaba del otro lado del teléfono que su puesto como Director Nacional del Libro tendría otro destino. No había aprobado la “prueba psicofísica”. Pensó por un momento en repetir la conversación con su compañero de avión: había estado un año y medio durmiendo en el suelo o sobre un colchón mojado, privado de medicamentos y sin lentes.
No lo hizo.
Por razones presupuestarias, la Secretaría de Cultura dio por rescindido su contrato sin mayores explicaciones. Mirta Arlt ofreció su intermediación para que lo reincorporaran. El escritor se negó. Invocaba razones de dignidad.
(…)
Treinta años después Diego de Zama, en su departamento prestado soñaba que cientos de ángeles negros le anunciaban la muerte. Despertó sobresaltado y se negaba a entender el timbre que sonaba intermitentemente. Finalmente abrió. Una delegación de la SADE le anunciaba que le otorgarían el Gran Premio de Honor. Todo parecía una broma.
Nuevo contrato de la Secretaría de Cultura, que recién cobrará en agosto. El 17 de ese mes el escrito recibe un golpe cayendo de una escalera, mientras trataba de realizar un arreglo doméstico. El lunes llega a su trabajo en la Casa de Mendoza con una herida en la cabeza:
—Un águila me ha dado un picotazo –dice, negándose a ir al médico, hasta que finalmente consiente en que le arreglen una cita, a la que falta para poder concretar un nuevo trámite en la Secretaría del Cultura. Horas más tarde sufre un ataque que le paraliza la boca y los miembros. El escritor es operado de un coágulo en el cerebro, y nunca recobra la posibilidad de comunicarse.
Durante su internación la SADE de Mendoza le concede el Doctorado Honoris Causa. El diario Los Andes, que había evitado hasta ese momento mencionar su presencia en el país, da cuenta de la internación.
Antonio Di Benedetto muere cerca de la medianoche del viernes 10 de octubre en el Hospital Italiano, víctima de un derrame cerebral.
“Escritor mendocino de trascendencia internacional”, titula los diarios dos días después; pero para Antonio Di Benedetto la espera había concluido".
NR: Los textos citados en bastardilla pertenecen a las siguientes novelas de Di Benedetto: Los suicidas, Zama, Anabella, El silenciero y Cuentos del exilio.
Documental sobre Di Benedetto
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