HACE 75 AÑOS NACÍA ALEJANDRA PIZARNIK
El 29 de abril de 1936 nació en Avellaneda la poetisa y traductora Alejandra Pizarnik. Su obra trascendió el trágico final que decidió para su vida y es tomada como paradigma por las mujeres que se dedican a la poesía. Tramos de Pizarnik adolescente, nota de Aurora Alonso de Rocha en la revista Todo es Historia, nº 291 de septiembre de 1991.
“En marzo de 1951 Pizarnik Flora y Alonso Aurora Rosa nos encontramos en un tercer año de la Escuela Normal Mixta de Avellaneda. Como las dos habíamos dado libre segundo años en otros colegios, éramos menores que nuestros compañeros, catorce años ella, trece yo, y eso, unido a nuestra condición de recién llegadas, nos acercó y nos hizo inseparables.
Buma -el sobrenombre con el que quedó en mi memoria-, vivía en la calle Lambaré, a una cuadra de Mitre, la avenida que dividía a Avellaneda como un tajo, en la planta alta de una casita del barrio asfaltado y arbolado. Del otro lado vivían -vivíamos- inmigrantes, todos inmigrantes, en un barrio de esos de huertas y gallineros, tierra o lodazal. El primer recuerdo: tres cuadras que recorríamos como un péndulo. ('Te acompaño'. 'Ahora acompañame vos') en charlas interminables.
Desde el casamiento de su hermana, tenía un cuarto para ella sola y era dueña única de un pickup Winco y una máquina de escribir portátil.
Sus padres eran judíos polacos; el padre, corredor de joyerías. Buma estudiaba hebreo y, como le gustaba todo lo extremado, contaba historias de pogromos, cosacos, incendios de aldeas. Como yo, hija de gallegos de Orense, llevaba muy pegada la tradición. Ese, creo, es un dato importante para leer su poesía. La escuela pública de esos años era, más que un crisol (palabra un tanto épica) un caldero en donde hervíamos todos, alumnos y maestros, con nuestros idiomas, valores, humor.
Hoy se diría que Buma era precoz en su discurso y que su mundo de ideas estaba muy acotado a lo verbal. Recuerdo al azar que leía novelas sin orden ni método: El extranjero, algo de Kafka, Simone de Beauvoir, algunos rusos y Madame Bovary.
Su aspecto era característico; inolvidable. Baja, de ojos celestes, pelo castaño claro muy rizado y un persistente acné. Usaba alambres en los dientes -y farfullaba un poco-, caminaba como en puntas de pie, con los hombres encogidos, y siempre llamaba la atención su mirada clara y asombrada. Su voz era baja, contenida, con un leve cantito lamentoso.
(…)
En los años del secundario lo más notable de Buma era la superposición de aniñamiento, en el aspecto y en la conducta, y de precocidad intelectual; de banalidad y ácido humor; de formalidad y acatamiento a las normas sociales junto con estallidos de crítica rebeldía.
El Normal de Avellaneda era un edificio grande, oblongo, de cemento y mármol amarillo, sin un árbol ni una flor. Ni calefacción.
A las 7.45 cantábamos Alta en el cielo un águila guerrera... en un patio helado, escarchado a veces, sin entender la complicada alegoría de borlas y astas. En la primera hora las manos heladas se negaban a escribir. Algunos nos sentábamos atrás, apoyábamos la cabeza en el paño azul del saco y dormitábamos. Buma cerraba los ojos sin recato, se estiraba y a ratos hacía como que roncaba. Por fin empezaba a funcionar: me mandaba un papelito con un verso. Yo escribía el segundo, lo plegaba, y de ahí en más seguía el «cadáver exquisito». Una variante era el poematren o poemasalchicha, burda diversión que menciono porque servía para afirmar el uso del idioma. El que conservo dice Luna, luna, luna, luna/ besa mi tez de aceituna/ ungida de agua de tuna... y catorce versos más. También jugábamos al Radioteatro Incoherente del Aire, con personajes que cambiaban de sexo, oficio, sin que cada bloque pudiera tener ni más ni menos que cuatro líneas. Cuando nos faltaba una, usábamos como comodines «¡Oh, no!» o «¡Hijo mío!». Escribir como juego: creo que es otra de las claves para leer su obra.
(…)
En cuatro año decidimos manuscribir un periódico, que ella bautizó Revista Púdica, pues el nombre, claro, era lo más importante, y esa palabra nos seducía. Hicimos nuestra hoja y la firmamos con dos seudónimos. Alejandra Brown fue el de ella, del que salió su nombre de poeta.
No conservo esa hojita y sólo recuerdo fragmentos. Típica estudiantina, incluía varias historietas: nuestra profesora de química, que era gorda, se ponía un corsé ayudada por su marido. Al llegar a clase se le desataba y el cuerpo se expandía, se expandía, arrinconando a los alumnos. Había una carta de amor de un profesor a otro, con iniciales y sobreentendidos, una cartelera, acrósticos, y una tira sobre una celadora que portaba un oscuro bozo, y que empezaba «Ella es peluda y suave...» .
La revistuela produjo estupor. Duró diez minutos pegada en la pared y nos valió unas amonestaciones. También decidió nuestra inscripción en una escuela de periodismo.”
Alejandra Pizarnik recita Escrito con un nictógrafo, poesía de su amigo Arturo Carrera
La Tierra mas Ajena, documental sobre Alejandra Pizarnik
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