LOS 100 AÑOS DE EUGENIA SACERDOTE DE LUSTIG
El 9 de noviembre de 1910 nació en Italia la médica Eugenia Sacerdote de Lustig. Debió emigrar a la Argentina por las leyes antisemitas del fascismo. En ese entonces trabajaba en la Cátedra de Histología de la Universidad de Turín, uno de los centros de investigación más avanzados de Europa. Aquí se desempeñó en la Universidad de Buenos Aires y en los institutos Malbrán y Roffo, además de presidenta del Instituto de Investigaciones Médicas "Albert Einstein". En 1996 fue declarada Ciudadana Ilustre de la Ciudad de Buenos Aires. Fragmento de la entrevista de Camilo Sánchez en la revista Viva del 24 de septiembre de 1995.
“'¿Vienen a verme porque soy un caso de curiosidad senil?', bromea la mujer cuando abre la puerta de su departamento silencioso en el barrio de Belgrano. A los 84, con todas las medallas científicas necesarias, esta piamontesa corajuda apura el paso, cuenta una anécdota, elige las monedas para viajar en el colectivo 80 hacia el Instituto Roffo o prepara su futura publicación científica, sin entender demasiado que su trajín pueda interesarle a alguien. Los halagos -homenajes o notas periodísticas- todavía la ponen algo incómoda. Eugenia Sacerdote de Lustig sonríe y aconseja fotografiar a alguna chica flaca, en biquini, en vez de que el flash indague en sus sobrias arrugas de mujer que lo ha vivido todo: las dos grandes guerras, el exilio perseguida por la inquina de Mussolini, la peor epidemia de polio de la Argentina, la Noche de los Bastones Largos en el '66, el olvido riguroso que envuelve a todo científico argentino que se precie y la soledad vital de estos últimos años cuando el cuerpo afloja pero la inteligencia todavía exige.
Aún hoy preside instituciones científicas que la obligan a mantener reuniones de trabajo hasta los domingos a la mañana, da conferencias en las que invierte más dinero del que suele cobrar, y no pierde el tiempo en el recuerdo del premio Hipócrates de hace algunos años, la mayor distinción que se le otorga a un médico en la Argentina. Como investigadora superior del Conicet sigue en el Instituto de Oncología Ángel Roffo.
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Hizo la carrera con un puntaje ideal, pero tampoco eso sirvió como bálsamo para aquellos días agitados. Ella no profesaba ninguna religión pero tiene origen judío y, se sabe, tormentosos tiempos se avecinaban en Europa. (…) En 1938 comienza a evaluar la posibilidad de partir, a cualquier lado. Es en ese momento cuando lee un cartel, colgado en la entrada en un hotel en Pisa: 'No se aceptan perros ni judíos'. Ya es hora, se dice entonces a sí misma.
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En 1941 se presenta en la Facultad de Medicina de Buenos Aires. 'Lo único que sé hacer bien es el cultivo de la célula in vitro', dijo. Y nadie hacía eso en el país. La tomaron enseguida, pero no había un peso. El primer año fue ad honorem, durante el segundo cobraba solo si no se rompían muchos vidrios porque le pagaban con el sobrante del presupuesto de tubos de ensayo. En 1943 fue por fin contratada.
-¿Aquí también sufrió marginación por ser mujer?
-No, en eso Argentina estaba más evolucionada que Italia. Un veinte por ciento de los estudiantes de medicina eran mujeres. Pero tuve algunos problemas. Me acuerdo que un profesor alemán me llamaba y me mostraba un mapa donde crecían los puntos rojos. Así marcaba él los avances de los alemanes en Europa. '¿Qué me dice, doctora?', me preguntaba, sonriente. Lo volví a cruzar, mucho después, en algunos seminarios, y esquivaba mi mirada.
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La peor epidemia de poliomielitis en el país, en 1956, cuando se registraron 6.496 casos, la encontró como jefa del departamento de virología del Instituto Malbrán. Eugenia Lustig era la única que podía hacer los análisis de laboratorio y la acosó, ese tiempo, la tarea más ingrata de su vida. Ya había tenido su hijo menor, Mauro. Era un momento para decisiones rápidas: tuvo que enviar a sus tres chicos a Uruguay, por dos meses, para evitar los riesgos de contagio. 'Y yo tuve que darme la primera vacuna antipoliomielítica que alguien se puso en el país, antes que estuviera del todo probada. Es que atendía doscientos chicos infectados por día a los que tenía que diagnosticar. Fue una cosa espantosa...', dice la doctora Lustig con ganas de salirse del recuerdo. En aquellos días fatales, todas las noches, ella rociaba con nafta y hacía una fogata con los guantes, el barbijo, las vendas y algodones usados, en uno de los patios del Malbrán.”
Programa Dialogando "Un ejemplo de vida a los 98 años". Parte 1
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