20.12.09

Política internacional

HACE 20 AÑOS ESTADOS UNIDOS INVADÍA PANAMÁ
El 20 de diciembre de 1989, por orden del presidente George Bush, los Estados Unidos comenzaban una invasión a Panamá con la excusa de detener a su dictador Manuel Noriega. Cuatro días más tarde Noriega se refugió en la embajada del Vaticano. El desenlace fue el 3 de enero de 1990, cuando el general panameño abandonó la nunciatura y se entregó. Fue juzgado en Miami, acusado de contrabando de drogas a los Estados Unidos.



Fragmentos de la entrevista de Isabel Stratta a la periodista argentina Stella Calloni, sobre el hecho del que fue testigo. El texto fue publicado en el quincenario Los Periodistas -nº 11 del 5 de enero de 1990- bajo el título A sangre fría.

"El recuerdo que más veces atraviesa su conversación es el de un viejo muerto a balazos ante su vista, por deporte o ejer­cicio del terror, por un marine vestido de Rambo. Sin su equi­paje y sin los borradores de un libro con entrevistas a Manuel Antonio Noriega que preparaba mientras trabajaba como corresponsal de los diarios Sur de Buenos Aires y El día de México, Stella Calloni llegó de Panamá evacuada en un avión de la cancillería argentina, a una semana de producida la invasión. En sus des­pachos periodísticos de los últimos meses había alertado insistentemente sobre las señales previas del asalto, que no por anunciado dejó de sor­prender al mundo.
- ¿Esperaban los panameños una intervención norteamericana de esas características?
- El 19 de diciembre, cuando se oían los constantes ruidos de aviones aterrizando en las cercanas bases del Comando Sur, los panameños pen­saban que estaba por venirse otra de las 'acciones quirúrgicas' de Es­tados Unidos. Nadie esperaba una mo­vilización de 24.000 soldados 'justo para Navidad'. A las 0.45 del 20 em­pezaron los bombardeos y los disparos de artillería pesada contra el principal cuartel de las Fuerzas de Defensa, que atronaron en toda la ciudad. Con otros periodistas fuimos hasta Chorrillos, el barrio que rodea los cuarteles. La gente salía corriendo de sus casas de madera incendiadas, con los chicos en brazos, a los gritos. (Según balances dados a conocer el 1 de enero, 10.000 viviendas panameñas quedaron des­truidas en el asalto de las tropas norteamericanas). En la madrugada, el humo se veía desde toda la ciudad, pero ya era difícil circular porque se generalizaban los tiroteos callejeros. Veíamos pasar a gente -empleados estatales, hombres jóvenes y también muchas mujeres que iban a sumarse a los Batallones de la Dignidad, que junto con elementos de las fuerzas de defensa mantuvieron la resistencia du­rante tres días.
(...)
- Como en las peores escenas de las dictaduras militares, hubo ba­rrios enteros que fueron registrados y allanados. ¿Cómo eran esos alla­namientos?
- Vi como en el Área Revertida -zona de viviendas que fue devuelta en los últimos años a raíz de los tra­tados canaleros- entraban, derri­bando puertas o a los golpes y sacaban afuera a todos los hombres mayores de dieciséis años. Los hacían tender boca abajo, y así pasaban horas bajo el sol hasta ser llevados muchos de ellos a un estadio. Vi muchas personas a las que hacían quedar arrodilladas, mientras las apuntaban. Todo tenía características de la mayor humillación y denigración. El trato a los heridos no fue menos horroroso: durante dos días no dejaron entrar a la ambulancia de la Cruz Roja a Chorrillos, donde numerosos heridos agonizaban sin ayuda.
- A contrapelo de un mundo donde todo se filma y todo se tele­visa, del asalto a Panamá se transmitieron imágenes muy escasas.
- Los periodistas no podían hacer gran cosa. Ni siquiera el grupo que vino con los norteamericanos tuvo libertad de movimientos, y entre ellos eran más coartados todavía los que per­tenecían a medios críticos de la acción norteamericana, quienes hicieron una protesta por ese motivo. El comando sur permitía un total de una sola hora de filmaciones por día, cuyo conte­nido controlaba. Los corresponsales 'del otro lado' -los que estábamos
fuera de las bases, latinoamericanos o de medios que llegaron más tarde­- teníamos sumamente restringidas las posibilidades. Llegó un momento en que yo no podía desplazarme y estuve los tres últimos días inmovilizada en las oficinas de una agencia de noticias. Eso duró hasta el día en que, con una banderita blanca, caminé algunas cua­dras hasta la residencia del embajador argentino, para salir en el avión que nos evacuó.
- Como periodista ¿cuál fue la escena más dramática de esos días que te tocó atestiguar?
- A la salida de una conferencia de prensa a la que habían convocado en el palacio presidencial, en la pri­mera jornada de la invasión, varios co­legas latinoamericanos íbamos por una calle para observar la situación. Uno de ellos levantó su cámara pre­tendiendo filmar. Un soldado es­tadounidense, vestido con vincha y camiseta de Rambo, con toda una fe­rretería colgada sobre su cuerpo y un fusil en la mano, le dio el alto. En eso, un hombre mayor, que tenía todo el aspecto de haber salido de su casa a curiosear lo que ocurría, pasó ca­minando por allí. El marine desvió el arma con que apuntaba al camarógrafo y mató al viejo de un solo balazo, como para mostrar que su amenaza era seria. Entre los que mirábamos azo­rados desde pocos metros, estaba el fotógrafo español Juantxu Rodríguez de El País de Madrid. Horas después, él mismo iba a morir baleado a sangre fría por estadounidenses, en la puerta del hotel Marriott. Los detalles de esa muerte sin explicación ya los ha con­tado su compañera, la corresponsal de El País."

LA INVASIÓN ESTADOUNIDENSE




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