30.9.09

Automovilismo

A 60 AÑOS DE LA MUERTE DE CASSOULET
Se cumplen seis décadas de la muerte del piloto ganador de la primera carrera realizada en territorio argentino, don Juan Cassoulet. Lo hizo en 1905 y, 15 años después, también logró la victoria en el primer Gran Premio organizado por el Automóvil Club Argentino, en Córdoba. A una semana de su muerte, el mítico piloto fue recordado por el periodista Borocotó (Ricardo Lorenzo), en la revista El Gráfico.


Nota publicada el 7 de octubre de 1949, en El Gráfico.


Muchas veces charlamos largo. Don Juan Cassoulet nos alegraba con sus relatos pintorescos de raids que construyeron la epopeya de nuestro automovilismo.

-Te voy a traer una foto -me dijo un día- que te vas a quedar perplejo. Un de Dion Bouton de 120 caballos y con motor de ocho cilindros en V. Sí, en V. Para que veas que no hay nada nuevo bajo el sol. ¿Viste los cambios de ahora con la palanca bajo el volante? No es ningún descubrimiento . Antes que vos nacieras... Bueno, tanto no porque ya las arrugas te van arando la cara; cuando eras chiquito ya manejaba yo con la palanca de cambio ahora moderna. Ese motor de ocho cilindros en V, y de 120 caballos, era de 1910. Te aseguro que nunca me animé a correrlo. No había frenos ni estabilidad para tanta potencia.

Era encontrarse con don Juan y pegar largas aceleradas marcha atrás en el tiempo. Aquella primera carrera a Córdoba, la que luego sería nacimiento del Gran Premio, no podía fallar en sus relatos. Después de cuidar durante 33 años el torneo conquistado entonces, un buen día lo brindó al Automóvil Club Argentino para que lo guardara en sus vitrinas como una reliquia. Cuando salimos del Club, el viejo tenía los ojos empeñados.

-¿Lloras Juan?

-No... Una “tierrita”... vamos a tomarnos una ginebra, pibe... Esta noche es distinta de otras... Me acuerdo la ginebra que tomamos en aquella carrera a Córdoba. Hasta Rosario la cosa anduvo bien aunque en Pergamino cayeron las primeras gotas. Allí estaba Alberto Lodieu ... Ahora me dice que lo llevó la mucama a verme pasar... y era control y tenía bigotes... Empleamos menos de ocho horas a Rosario con aquel de Dion Bouton de 18 H. P. Pero al día siguiente, cuando reanudamos la marcha, empezaron los baldazos de arriba. No paraba la lluvia. Cayeron 220 milímetros. Por Cárcano estaba todo inundado. Tres horas estuvimos chapaleando para marcar el camino con palos, ramas, lo que encontrábamos, y después pasar el coche. Te imaginás cómo se hacía: Caballos o bueyes que arrastraban y después a poner de nuevo el magneto, el carburador y demás. Llevábamos un porrón de ginebra y tomábamos. Parecía agua. No la sentíamos. Esta es distinta. Esta pica. Aquella ni alcohol parecía tener. A las cuatro y media de la tarde llegamos a Villa María. Era imposible proseguir. Nunca tirité tanto en una cama. Creía morir. Al día siguiente llegamos a Córdoba.

Treinta horas y 42 minutos fue el tiempo empleado por el vencedor del primer Gran Premio a un promedio horario de 24.332. Tres décadas después Julio Pérez lo elevaría a 135 y su tiempo hasta Córdoba, con largada a media noche, sería apenas de 5 horas 32´. Se habían deshojado treinta almanaques, y en ese otoñar cintas de cemento se tendieron por sobre los pantanos y máquinas veloces se deslizaron por ellas para hacer factible la conquista. Pero así como en otras páginas del presente número citamos jornadas épicas por el legendario sur de entonces, ahora que don Juan Cassoulet ha cerrado los ojos para siempre, a pocos días de largarse la carrera más larga de cuantas se hayan disputado, incluyendo las que eslabonaron países como la Buenos Aires a Caracas, corresponde el recuerdo agradecido al esfuerzo denodado de aquellos pioneers que no midieron fatigas en un romántico anhelo de abrir brechas para las cuatro ruedas motorizadas. Y ya que citamos el sur, vamos a reconstruir un relato de don Juan.

-En 1905, acompañado de mi hermano Luis, de Esteban Marquestau y de Belisario Zapata, hicimos un raid con un de Dion Bouton de dos cilindros y apenas 12 caballos de fuerza. Fue a Mar del Plata, vuelta a Azul y luego el regreso a la Capital Federal. Me acuerdo que después de Azul nos encontramos con un pantano impasable y, como era costumbre , volteamos un alambrado y penetramos en un campo arado. Los 12 H. P. no tiraban mucho sobre la tierra blanda y el suelo desparejo, pero íbamos andando, cuando apareció un paisano a galope y el grito imperativo: “¡Peguen la vuelta!” ¿Vos te imaginas un automóvil en 1905 por aquellos campos? Hasta la tierra se asombraba. Le explicamos al hombre qué estábamos haciendo, quiénes éramos, pero no hubo manera de conformarlo. Sacó el cuchillo... y dos de los nuestros extrajeron los revólveres. Así, apuntándolo, llegamos al esquinero que marcaba el fin del pantano. Dos quedaron esgrimiendo sus armas, sin hablar, sin pestañar; los otros dos voltearon el alambrado y pasaron el coche al camino. Y nos fuimos alejando mientras los que empuñaban las armas nos cubrían la retirada sentados en la puerta de atrás del coche y con las caras vueltas al paisano, que gritaba “¡Al regreso los espero con carabinas!” Se habrá aburrido de esperar... Porque no volvimos por allí...

¡Era linda la memoria de don Juan! Como apuntando también ella con revólver aguantaba la atropellada del tiempo aunque ya por esos días le quedara el dedo mocho contando setenta almanaques. Siempre discutía acerca de la primera carrera de automovilismo disputada en el país en contra de la aceptada como tal y con el escenario de la avenida Alvear.

-No... -decía don Juan- Esa ganada por Marcelo T. de Alvear no fue la primera. Se lo pueden preguntar a él mismo -agregaba en días en que vivía el ex presidente- La primera fue en el Hipódromo de Belgrano y sobre la recta que 1.100 metros. La gené yo en 51 segundos y un quinto. De premio conquisté una cigarrera y después me desafió por cinco mil pesos. No le pude aceptar. No tenía cinco mil pesos … Me acuerdo que corrieron siete coches. Anotá, pibe: era a vapor. Seis Locomóvil y el Rochester mío. Para ponerlos en marcha había que calentar un fierro, colocarlo en el motor, dar paso a la nafta que, el encenderse, calentaba una caldera. El vapor de agua era la fuerza propulsora. No eran motores a explosión. ¡Mirá si ha pasado tiempo!... Y parece ayer...

¡Eran lindos los relatos de don Juan Cassoulet! Pero ya en los últimos tiempos iban perdiendo precisión y ciertas dolencias físicas le habían quitado la chispa pintoresca que alegraba sus narraciones. Había durado mucho más que sus coches, aunque siempre pensara con nostalgia acerca del destino de aquel que ganara el primer Gran Premio y expresara: “Puede ser que el pobrecito esté tirando todavía en alguna bomba de pozo”. Se iba apagando don Juan. Algún día tenía que irse. Y se fue hace una semana, después de 76 años vividos y de habernos hecho el regalo de los gratos momentos en que con él convivimos.
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