En la noche del 31 de agosto de 1999, un avión de la empresa LAPA con destino a Córdoba se estrelló a pocos segundos de haber despegado del Aeroparque Metropolitano. Es uno de los accidentes más graves de la aviación civil argentina, en el que fallecieron más de 60 personas. Después de la tragedia se conocieron varias denuncias de fallas y falta de mantenimiento de los aviones de la empresa aérea. En estos días, el Tribunal Oral Federal 4 está juzgando a los máximos directivos de la firma y a personal de la Fuerza Aérea Argentina (FAA), encargados de supervisar los vuelos. El análisis de la revista Noticias.
Fragmento de la nota “Muertes sin respuesta: la tragedia de Aeroparque”, publicada por la revista Noticias, nº 1184 del 3 de septiembre de 1999.
“Se ve algo naranja que parece un chaleco salvavidas. Llama la atención porque es el único color que se distingue entre los hierros quemados. Hay que concentrar la vista para que el naranja, lentamente, vaya dibujando una silueta: un brazo, una espalda, una cabeza. No, no es un chaleco. Es un cuerpo con la ropa desteñida por la explosión y los gases. Al lado, un poco más abajo, hay otro cuerpo. Y otro. Y otro. Pueden ser diez o veinte. Hay una montaña de cuerpos naranja apilados a dos metros de una turbina. Tal vez, la que falló. Ya es medianoche y siguen ahí, algunos quemados, otros calcinados, todos atrapados entre los restos del ex Boeing 373 de LAPA. Nadie se anima a levantarlos. Hasta que no llegue la autorización del juez, los peritos no pueden tocar demasiado. Hay que esperar. Son las 0.05 del miércoles 31 de agosto, hace tres horas que el avión y sus cien pasajeros se estrellaron contra la empalizada del green cuatro, en el Driving Range de Punta Carrasco. Mientras tanto, esperan los bomberos y sus mangueras todavía encendidas. Esperan los agentes de Prefectura que discuten con los periodistas cerca de los vallados. Esperan las ambulancias, los políticos de visita, los familiares de las víctimas, los policías, los curiosos. Esperan los perros entrenados que ya no huelen vida entre los escombros.
Cuarenta segundos. El avión está despatarrado por todo el camino. Perdió las primeras partes en el tramo final de la pista, en los primeros tumbos. Atravesó la reja y arrasó con la parada del (colectivo) 45. Ahí quedaron restos de una turbina, un ala, vidrios rotos y las huellas de las ruedas. Después desparramó un Fiat Spazio blanco, acopló a un Chrysler Neon que pasaba por la avenida y juntos aplastaron una muralla de la Costanera. Ahí perdió otra ala y dos cubiertas. Al final, después de viajar cuarenta segundos a doscientos kilómetros por hora, chocaron contra una grúa estacionada al lado de un talud. Es una montaña de tierra de unos cinco metros de alto, la única de todo el driving. ‘Eso lo frenó, sino podría haber destrozado la confitería del club, que a esa hora suele estar llena. Entre socios e invitados había casi 300 personas’, dice Carlos Silva, gerente del lugar.
La violencia del impacto partió el avión en dos. La primera quedó del lado del golf, la segunda en Punta Carrasco. La cabina se incrustó en la empalizada.
El profesor de golf Mariano Bartolomé fue uno de los primeros en llegar: ‘El avión empezaba en la fila tres. La cabina no estaba. Había una chica sentada en la fila cuatro que lloraba pidiendo por sus hijos y una amiga que habían quedado atrapados. Tenía la cabeza y la espalda quemadas. La sacamos. Había otro hombre con camisa celeste que algunos confundieron con el piloto. Gritaba, estaba quemado y en estado de shock’.
Del otro lado de la empalizada, en la playa de estacionamiento de Punta Carrasco, quedó gran parte del avión. Por la puerta trasera escapó la mayoría de los sobrevivientes. Pero eso fue antes de las explosiones.
(…)
Peligro. Todavía hay más, muchas más preguntas que respuestas. Las listas de los pasajeros vivos y muertos están incompletas y son confusas. Es la madrugada del jueves 2 de septiembre y para la agencia oficial Télam hay 28 sobrevivientes, mientras que para DyN, serían 35. Deberán pasar más horas para conocer el saldo final de la catástrofe aérea más grave ocurrida dentro del territorio nacional. En realidad, las circunstancias que rodean el accidente permiten suponer que se trata de un drama típicamente argentino. Sucede en medio de una lucha de intereses entre el Gobierno, el flamante concesionario privado de Eurnekian, disputas gremiales y comerciales. En este instante, mientras siguen muriendo pasajeros, resucitan viejas polémicas sobre la seguridad de Aeroparque. El mismo que está ahí, rodeado de estaciones de servicios, autopistas repletas, restaurantes, canchas de fútbol, golf y salas de convenciones. Por azar (un semáforo en rojo, la hora del accidente, una loma que impidió que arrrasara una confitería) el avión de LAPA no provocó un desastre aún mayor. Esta vez, murieron casi noventa personas. Esta vez, otra vez. Así es la Argentina 2000”.
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