En la madrugada del viernes 26 de julio de 1974 murió “el hombre gris de Buenos Aires”, Julián Centeya, el periodista que trabajó en los diarios Crítica, Noticias Gráficas, El Mundo y Democracia, las revistas Radiolandia y Antena, y los periódicos Sábado y Prohibido, entre muchos medios. También incursionó en varias radios porteñas, particularmente en Radio Colonia (con su programa: “En una esquina cualquiera”) y en Radio Argentina (“Desde una esquina sin tiempo”).
-Este bar es el único que le queda a Buenos Aires… Aunque ya lo corrompieron: le pusieron mesas de fórmica.
Julián Centeya estaba junto a una de las grandes ventanas del bar Ramos, en Corrientes y Montevideo. Y salpicaba su ácida filosofía:
-¡Qué esquina bárbara ésta!... Pero la contra que tiene es que todo el mundo sabe que es Buenos Aires. Pero si vos pudieras engrupir a los tilingos de que esto es París, la ‘rue’ no sé cuanto, y en lugar de este mozo gallego hubiera un tipo descalzo, barbudo y con un gorro de pompón rojo, vendrían corriendo a hacer un ‘happening’!...
Él, por supuesto, tenía su pañuelo al cuello y el sombrero ladeado sobre la frente:
-Nunca supe vestirme de otra manera. Lo del pañuelo debe ser porque ha sido mi primer pañal. Y como me considero porteño, no entiendo el sinsombrerismo, que lo inventó el vizconde de Lascano Otegui, y lo practicó, trayéndolo de Francia, Marcelo T. de Alvear… Para mí, todos los tiempos son de lengue…
Julián dijo ‘me considero porteño’. Claro, porque como buen porteño, es italiano:
-Nací en el pueblo que tiene los mejores hongos del mundo: Fornovo di Taro, provincia de Parma, la última ciudad que se rindió al fascismo. Allí nacieron Toscanini y Verdi, casi nada… Mi viejo, que se llamaba Carlos, era periodista. Trabajaba en el diario ‘Avanti’, y el jefe de redacción era Benito Mussolini. Y la amante de Mussolini era una rusa que se llamaba Angélica Balabanoff… Mi viejo, al final, tuvo que venirse como refugiado político, con mi vieja, yo y mis dos hermanas…
Aquí se hizo carpintero y nos fuimos a vivir a San Francisco, en Córdoba… Llegamos en el 22, y yo ya tenía 12 años, porque soy del 10…
Italiano, sí: en la cédula figura como Amleto Vergiati. Tuvo y usó varios seudónimos: Enrique Alvarado, Shakespeare García, Juan de la Luna, Juan Sin Luna, Pero en definitiva es Julián Centeya:
-Así como hay gente que inventa cosas y sistemas, como esto del show que es un bacilo que trajo la enfermedad del televisor a domicilio, yo me inventé a Julián Centeya que –cierto es- desplazó como periodista, autor de letras de tango, conferencista y sujeto que cultiva el disconformista, a Amleto Vergiati, ex estudiante secundario, ex taquígrafo y ex obrero de los más variados e increíbles oficios. Uno de ellos, es el de no hacer nada.”
Extraído de un reportaje a Julián Centeya (Amleto Enrico Vergiati) publicado en la revista Extra en febrero de 1967.
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