“Su enorme cuerpo estaba enfermo; le esperaba una tediosa agonía. Pero después del derrocamiento, violento y sangriento, del gobierno popular de Salvador Allende una herida más honda —que los médicos no pueden medir— entró en su enorme cuerpo enfermo, en su memoria poblada de países y de hombres, de campos y mujeres, de poemas y política. Y es entonces que Pablo Neruda murió el 23 de septiembre pasado. Lejos de los tanques y aviones que atacaron La Moneda, lejos de la resistencia desesperada de los allendistas y otros que críticamente acompañaron, acosaron al gobierno de la Unidad Popular, pero que en la hora de las balas también fueron atravesados, masacrados. Neruda estuvo patéticamente próximo en su casa de Isla Negra. El poeta, entonces, no murió de muerte natural. Su fin se suma, ahora, al de tantos chilenos. Al de un Salvador Allende, metralleta en mano, en La Moneda, por ejemplo; a la de un joven en una calle de Santiago; a la de un minero o campesino u obrero en cualquier parte de Chile. Su muerte —es inevitable decirlo, por más obvio que parezca— se transforma en un símbolo de la tragedia chilena.
LAS RESIDENCIAS DEL POETA. Neftalí Ricardo Reyes Basoalto, que luego sería Pablo Neruda, nació el 12 de junio de 1904, en Parral, Chile. El primer texto que publica, en 1917, es un artículo en el diario La Mañana, llamado Entusiasmo y perseverancia. Lo firma Neftalí Reyes. En 1920 adopta definitivamente su seudónimo y en noviembre de ese año obtiene el primer premio en la Fiesta de la Primavera de Temuco. A fines de la década del 30 comienzan sus viajes, como cónsul de su país: 1927, Birmania; 1928, Ceylán; 1930, Java; 1931, Singapur; 1933, Buenos Aires, donde conoce a Federico García Lorca. En 1934 llega a España, donde son saludadas sus excelencias poéticas. Desde entonces, Pablo Neruda nunca deja de viajar. En 1973 abandona París, donde era embajador, y vuelve definitivamente a su última residencia: Isla Negra, esa casa atiborrada de objetos de todas partes del mundo donde estuvieron poetas y amigos de todo el orbe.
Luego de Crepusculario (1923), Veinte poemas de amor y una canción desesperada (1924), Tentativa del hombre infinito (1926), El habitante y su esperanza (1926), Anillos (1926) y El hondero entusiasta (1933), Neruda publicó un libro que lo colocaría entre los más grandes poetas de la lengua castellana del siglo: Residencia en la tierra, cuya versión completa se editó en 1935. Daría este viento del mar gigante por tu brusca respiración / oída en largas noches sin mezcla de olvido, / uniéndose a la atmósfera como el látigo a la piel del caballo. / Y por oírte orinar, en la obscuridad, en el fondo de la casa, / como vertiendo una miel delgada, trémula, argentina, obstinada, / cuántas veces entregaría este coro de sombras que poseo, I y el ruido de espadas inútiles que se oye en mi alma, / y la paloma de sangre que está solitaria en mi frente, / llamando cosas desaparecidas, seres desaparecidos, / substancias extrañamente inseparables y perdidas, dice 'Tango del viudo', uno de los poemas de Residencia en la tierra. Este libro, junto a Poemas humanos de César Vallejo, ha influido y marcado a más de una generación de poetas hispanoamericanos.
Su otro libro clave para su poética es Canto general (1950). Ambos volúmenes de poemas alcanzan para considerar a Neruda un gran poeta, pese a centenares de pésimos poemas.
En Canto general, en la página 566 de la edición original, se encuentra un poema que adquiere ahora una trágica actualidad: Yo no voy a morirme. Salgo ahora / en este día lleno de volcanes / hacia la multitud, hacia la vida. / Aquí dejo arregladas estas cosas / hoy que los pistoleros se pasean / con la 'cultura occidental' en brazos, / con las manos que matan en España / y las horcas que oscilan en Atenas I y la deshonra que gobierna a Chile / y paro de contar. / Aquí me quedo / con palabras y pueblos y caminos / que me esperan de nuevo, y que golpean / con manos consteladas en mi puerta.”
Neruda recita Para que tú me oigas
Sube a nacer conmigo, hermano, poema de Neruda musicalizado por Los Jaivas
Fragmento del funeral Pablo Neruda en la dictadura del general Pinochet
Entrevista a Pablo Neruda en 1972
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