21.8.12

Política nacional

A 40 AÑOS DE LA MASACRE DE TRELEW
El martes 22 de agosto de 1972 fueron asesinados en la cárcel de la Base Aeronaval Almirante Zar dieciséis presos políticos. Militantes de las organizaciones armadas ERP, FAP y Montoneros que se habían fugado del penal de Rawson una semana antes, murieron en un supuesto intento de fuga. Hubo tres sobrevivientes, que luego fueron detenidos-desaparecidos en la dictadura que comenzó en 1976. Crónica de los hechos, en Trelew: los periódicos controles, nota de la revista Primera Plana, nº 500 del 29 de agosto de 1972.




   “En la historia del juego limpio, cada nueva vuelta de tuerca del proceso obliga al partido militar a mayores precisiones en la justificación del esquema represivo. Es por eso que el martes 22, casi a medianoche, la legislación nacional se enriquecía en forma considerable al incorporársele el texto de la Ley 19.797, que normaría los pasos de la prensa en lo que al tema de Trelew se refiere.
   De esta forma la Revolución Argentina -arrogándose un derecho no se sabe otorgado por quién- impuso una reglamentación tan arbitraria como ambigua: 'El que por cualquier medio difundiere, divulgare, o propagare comunicaciones o imágenes provenientes de o atribuidas o atribuibles a asociaciones ilícitas o a personas o a grupos notoriamente dedicados a actividades subversivas o de terrorismo, será reprimido con prisión de seis (6) meses a tres (3)años'. En otras palabras, todo lo que no sea versión oficial es susceptible de ser considerado transgresión a la ley. Algo en que el propio Presidente Lanusse incurriría en su mensaje del jueves, y por lo cual le corresponden como mínimo 90 días a la sombra.
   Sin embargo, el abuso de la conjunción disyuntiva en la letra de la 19.797 no tenía por objeto amordazar a ningún General, ni siquiera a la prensa del sistema. Eso en realidad no es necesario, carece de sentido. Más bien, es un arma contundente que el Gobierno intentará esgrimir contra Primera Plana. Es que Alejandro Agustín Lanusse quiso anticiparse a las desagradables explicaciones que pudieran darse sobre la existencia de 16 cadáveres.
   Esta 'nueva figura' que, 'sin restringir en modo alguno al ámbito de la libertad de prensa en cuanto hace a la libre expresión de las ideas, noticias y comentarios', aleja al pueblo insanamente curioso de las 'especies que, por sí mismas, crean un estado de sobresalto en razón de la inquietud que suscitan'. Por supuesto, quien determine qué información puede ser considerada especie no será San Buenaventura. Muy por el contrario, habrán de decidir partes políticamente interesadas en la cuestión. En fin, otras de esas arbitrariedades a las que últimamente se ha acostumbrado el país.
   En el caso de la tragedia sureña, lo que el Comandante-Presidente no calculó al sancionar la Ley 19.797, es que las propias informaciones castrenses ya crearon el 'estado de sobresalto' suscitando inquietudes, ya que no son impecablemente claras.
   Al menos, esa es la impresión de quienes leyeron con atención los comunicados que reconocen como responsables al jefe de la zona de emergencia, general de brigada Eduardo Ignacio Betti, y al vicealmirante Hermes José Quijada, jefe del Estado Mayor Conjunto de las FF.AA. No es la 'acción psicológica del terrorismo y sus aliados conscientes o inconscientes' lo que alerta a la opinión pública, sino lo propalado por la cadena oficial de radiodifusión y televisión, y por la prensa lanussista.

CONTROVERTIDAS OMISIONES

   El viernes por la noche, luego de escuchar al vicealmirante Hermes Quijada, los argentinos quedaron algo confundidos. Si la exposición del responsable del Estado Mayor Conjunto debía explicar los puntos oscuros de lo sucedido en la base aeronaval de Trelew, es indudable que no lo consiguió. Por el contrario, fabricó algunas dudas complementarias.
   El relato de los sucesos, acompañado por primorosos croquis de lugares y movimientos, comenzaba por entrar en contradicción con la versión del Comando de la Zona de Emergencia dado a publicidad por la agencia Télam el mismo martes al mediodía. En esa oportunidad, la comunicación castrense expresaba que, luego de ser reducido por el guerrillero Mariano Pujadas, el jefe de turno intentó ser utilizado por los reclusos como rehén para la fuga. Pero 'el jefe de turno logra zafarse y es atacado a tiros resultando herido. En tal circunstancia, la guardia contesta el fuego contra los reclusos que se abalanzan hacia la puerta de salida, encabezados por Pujadas'. El arma que utilizó este último, era la arrebatada al oficial: una pistola ametralladora.
   El informe del Estado Mayor Conjunto difiere. Quijada, quien no ha de ser un gran lector de diarios, asegura con la mayor tranquilidad que Pujadas no disparó su arma contra el oficial, sino contra los guardias que estaban cubriendo la única salida. Y además, que lo hace en dos oportunidades, usando el dispositivo que las pistolas ametralladoras poseen para accionar tiro a tiro (aunque el comunicado no lo consigna, es la única forma de que los aproximadamente 30 tiros vayan saliendo de a uno).
   En cuanto al jefe de turno, una providencial zafada de los brazos de Pujadas y el cuerpo a tierra reglamentario lo sustrajo por completo del vendaval de plomo blindado que alcanzó a los presos presuntamente en fuga. ¿Cómo explicaría el Presidente Lanusse esa divergencia de apreciación? ¿Como acción psicológica de 'aliados' conscientes o inconscientes'?.
   Pero hay algo de lo cual ambos partes castrenses no hablan. ¿Qué ocurrió para que elementos de tanta 'peligrosidad', a quienes el coronel Luis María Perlinger reconociera excelentes dotes bélicas y disciplinarias, perdiesen la tranquilidad al punto de arremeter contra los guardias, cuando apenas poseían una sola arma que costaba separar de su dueño? Incluso, ¿los guerrilleros no habían hecho el camino hasta la base, como para saber que el único refugio que conseguirían en por lo menos 3 kilómetros lo constituían arbustos de pequeño tamaño? ¿O acaso quienes por razones tácticas se entregaron en el aeropuerto de Trelew aunque poseían innumerables rehenes, podían llegar a pensar en reducir a todo el personal de la base?
   Sin embargo, más allá de toda especulación, sería interesante conocer el manual en el que el jefe de turno aprendió a hacer recorridas, entre doble fila de presos, portando su arma. Cualquier guardiacárcel común sabe que eso es un absurdo. Hasta en los penales militares se tiene la costumbre de no portar armas en los controles de reclusos, para no ponérselas al alcance de las manos. Pero además, ¿era tan ancho el pasillo como para que el infante de marina no temiera que le arrebataran su metralleta?”

Patria Trelew por el grupo Huerque Mapu


Nota relacionada:
15-8-1972: La fuga de la cárcel de Rawson





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