21.5.12

Cultura

A 21 AÑOS DE LA MUERTE DE ATAHUALPA YUPANQUI

El 23 de mayo de 1992 Atahualpa Yupanqui falleció en Nimes, Francia. Había nacido como Héctor Roberto Chavero en el partido bonaerense de Pergamino el 31 de enero de 1908. Fue periodista, maestro de escuela, y tipógrafo entre muchos oficios antes de ser cantor y poeta. Pero principalmente fue un agudo observador del paisaje y del ser humano. Su recuerdo, en tramos de Un día en la vida de un escuchado, entrevista de Gabriela Borgna en El Periodista, nº 124 del 23 de enero de 1987.




“Coincidencia que sólo se da en las grandes ciudades: el balcón soleado de Yupanqui se enfrenta, calle por medio, con el de Cuchi Leguizamón. Este ama la calle porque los pájaros que la habitan, suelen despertarlo en las mañanas; aquél extraña el mirlo que se posa a cantar sobre el castaño de su casa parisina. Ambos coinciden en afirmar que la música aparece cuando el hombre se yergue, mira a su alrededor y canta el paisaje.
(…)
-¿Ama mucho la soledad?
-No. La soledad me ama a mí.
-¿Y cómo lo ama?
-Bien, bien.
-Porque hay buenos y malos amores.
-Sí, claro. Hay buenas o malas maneras de entender el amor. Pero el amor nunca es malo, es el soplo vivificador en todo sentido.

Tengo una costumbre que me gusta mucho, que uso mucho en Europa donde tengo un departamentito sencillo, una pieza con libros, una pieza con catre y guardarropa, una linda cocina y dos bañitos. He tomado la costumbre de salir muy poco de noche, salvo cuando hay un concierto, y a eso de las once y media, doce, ya estoy en casa. Me duermo inmediatamente, con toda facilidad, como si no tuviera pecados. A las cuatro de la mañana estoy despierto, tomando té. Es un consejo que una vez me dio Herman Hesse. Me despierto y me pongo a leer, a escribir o a pensar; y todo sale bien a esa hora porque, como decía la tía, uno está como esponjita. Te pones a escribir y todo está más claro.

¿Hasta qué hora se hace eso? Hasta las seis y media o siete. Vale decir que la madrugada es tuya, solamente tuya. Hesse decía que el hombre empieza a sufrir cuando se pone la corbata y sale al mundo, a sus hermanos, se topa con el lobo. Ahí le roban todo, paz, silencio, tranquilidad.
-Acaba de citar a Hesse. Usted ha sido además amigo de hombres que marcaron el siglo como Miguel Angel Asturias, Nicolás Guillén y Pablo Neruda.
-A Neruda en su última etapa. En cambio, sí conocí mucho a Asturias. Y a mucha gente que marcó mi vida a través de su influencia literaria, de su hermosa manera de vestir la escritura. Un hombre como Romain Rolland, por ejemplo.
(Rolland es una presencia constante en la obra de Yupanqui. Uno de sus poemas, que da inicio a un capítulo de El Canto del Viento -1970-, traduce con eficacia el presente del músico. Dice Rolland: 'Pasa el tiempo.. / Los años se inscriben en la carne/ del árbol que envejece/ Sólo tú no pasas, música inmortal'.)
Fuimos profundamente amigos. Hace poco me escribió su viuda para ofrecerme los papeles privados de Rolland. Ella tiene una fundación en París y me pone en la carta 'No venga por la tarde porque se llena de gente, entre estudiosos y curiosos; venga por la mañana temprano que estará solo, si quiere copiar, meditar o conversar conmigo'. Es otra cosa, la ausencia de la ceremonia es favorable.
La cita a la que usted alude está en Juan Cristóbal, cuya primera lectura hice cuando tenía diecisiete y desde entonces lo revisito cada tres años. Juan Cristóbal nos acompañó a todos los de mi tiempo, aunque otros leían a Kipling.
-¿Qué leían, Kim de la India?
-Eso y otras cosas. Kipling es un buen escritor pero era un exégeta de otras cosas y a mí no me gustaba. En aquel tiempo estudiábamos los fenómenos del lenguaje y sus consecuencias sociales. Aprendimos por ejemplo, que los idiomas perfectos son siempre la lengua del dominador y los dialectos la lengua del dominado.
-Kipling y Rolland. ¿Y otros autores?
-Calderón, Manrique, Cervantes, Fernández Ríos. Leía mucho a Rilke y muchísimo a Whitman. Ellos son los que van limpiando el camino, los poetas, que siempre se anticipan a la historia. Por ahí nos encontramos con un alemán duro y formalista, como era Goethe, amigo de Beethoven, que era una tempestad llena de sueños. Bueno, el caso es que Goethe decía que: 'El éxito hasta se puede mendigar, sólo la gloria se conquista'. Y cuántos vemos que van mendigando el éxito de un gran poema o de un pequeño estribillo; formas inteligentes y sutiles, o torpes, de la mendicidad.
(…)
-Usted hablaba del idioma de los dominadores y ahora habla de conocer la propia tradición. Sin embargo, en nuestro país la tradición está asociada al lenguaje de la dominación política.
-Quién sabe. La tradición de la vida es otro asunto. Yo apenas citaba cosas que me han enseñado otros, que he leído en los tesoros de los sefaradíes. En la política hay místicos, vivos y acomodos. En la tradición no creo que haya muchos acomodos.
-¿Por qué?
-Porque impera el verbo dar, el mejor de los verbos del mundo.
-Hace poco musicalizó un poema de Cortázar, 'El río, el árbol, el hombre' usando una vieja melodía que a él le gustaba mucho.
-Ah, sí. El testamento de Amelia, una antigua melodía catalana que le encantaba.
-¿Dónde se conocieron?
-En París, en casa de un amigo común, el pintor Leo Torres Agüero. Allí nos vimos cuatro o cinco veces y después nos cruzábamos en París, en un café de Saint Germain. Yo pasaba y miraba; si me hacía un gesto con la mano, seguía; si buscaba una silla con la mirada, entonces yo sabía que podía acercarme.
-Cortázar habla en el poema de un árbol genérico. Germán Arciniegas escribió hace poco más de un año un ensayo sobre usted y su obra que se titula Los Altos Pinos. Pero, ¿cuál es su árbol?
-Somos muy amigos con Germán y con su mujer, es muy generoso... Mi árbol quizás sea un algarrobo que hay en Salavina, en Santiago, es la gran sombra, la sombra gruesa que cuando hay una brisa peina al que está debajo. Eso es 'el' árbol; en la zona habrá dos mil o tres mil, no sé, pero debajo de su sombra se intercambian anillos los novios, se recibe a los muchachos que vuelven del servicio militar, es el club social de la comarca.
Es el árbol por antonomasia, el gran abuelo. Cuando tienen que tocar el arpa o el violín o el bombo y decir las cosas que se dicen cuando se tiene un año redondo, de gran silencio, de esos en que hay tiempo para madurar la justa expresión y llamarle a la vidala 'miel de pesares'. Eso es un concepto beethoveniano, a la alegría a través del dolor. 'Ay, vidalita, miel de pesares.' Se comprueba aquello que decía Lorca: no serán informados pero tienen cultura en la sangre. Hay un personaje que ya casi no existe más y que los indios antiguos llamaban 'el escuchado'. Yo conocí dos hace muchos, muchos años: don Manuel Arce en Raco, una montaña que hay en Tucumán, y don Pancho Ormeño, de La Rioja. Es esa gente muda, que habla una vez por año y, a veces, avisa que va a hablar. Entonces, se corre la voz como la del Mesías y seis u ocho privilegiados se juntan a escucharlo debajo de un algarrobo”.

Su voz y su música


Nada más (homenaje a Ernesto Che Guevara)


Canción para Pablo Neruda


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