24.5.11

Periodismo

A 10 AÑOS DE LA MUERTE DE ALBERTO KORDA, FOTÓGRAFO DEL CHE
El 25 de mayo de 2001 murió Alberto Korda, el autor de la más famosa fotografía del Che Guevara, una de las imágenes más impactantes del siglo XX. Contó alguna vez que “tuve la suerte de hacer esa foto y dejar algo a la humanidad; no dejo grandes palacios, yates, ni otras cosas, dejo una muestra de mi trabajo en mi paso por este mundo”. Lo recordamos con El perseguidor, una nota de Luis Gruss publicada en la revista Trespuntos, nº 205, del 31 de mayo de 2001.






   “Todo hombre es, como dice Kundera, un manuscrito en borrador sin opción a ser pasado en limpio. Ernesto Guevara garabateó el suyo hasta con el polvo de sus huesos. Y Alberto Korda -muerto en París a los 72 años- lo fotografió un día sin querer, o casi, mucho antes de que la imagen del guerrillero heroico fuera cristalizada para siempre.
   Se llamaba en realidad Alberto Díaz Gutiérrez; pero a mediados de los cincuenta, cuando instaló su estudio frente al Hotel Capri, en La Habana, pensó en Korda como apellido artístico. Imaginó que la similitud sonora con la famosa Kodak podría ayudarlo a crecer en la profesión. Pero, claro, no fue ése el origen de su gloria. La historia fue contada muchas veces. Una tarde de marzo de 1960, el entonces joven fotógrafo del periódico Revolución estaba cubriendo un acto en homenaje a las numerosas víctimas de un atentado atribuido a la CIA. Fidel acababa de acuñar un nuevo grito de guerra ('Patria o muerte'), mientras profería uno de sus dilatados y fervorosos discursos. A su lado, Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir, invitados especiales, escuchaban en silencio. Un poco más atrás, en una discreta segunda fila, el Che no perdía detalle. De pronto, el Comandante bajó hacia la baranda de la tribuna. Y miró el río de gente con sus ojos encendidos de furia y dolor ante las muertes inútiles. Korda lo vio así, con su chaqueta abotonada y la clásica boina con la estrella brillando extrañamente en su cabeza. Todo duró apenas unos segundos. En ese lapso el fotógrafo oprimió el disparador en dos oportunidades. No pudo seguir porque el elegido regresó a su lugar en el palco.
   Sin conciencia alguna de la trascendencia de ese instante, Korda reveló las fotos esa misma noche. Las llevó a la redacción y allí fueron desechadas. Korda las guardó, junto a otras quinientas que ya le había sacado al argentino desde los primeros días de la revolución, y el Che murió tiempo después sin saber de su existencia.
   Un editor italiano, Giangiacomo Feltrinelli, consiguió que Alberto Korda le cediera dos copias de esas fotos que para él solo tenían un valor emotivo. Le quiso pagar, pero el fotógrafo cubano se negó rotundamente. Cuatro meses después el Che fue asesinado en Bolivia. Y Feltrinelli hizo con la foto un póster de un metro de alto sin siquiera colocar el correspondiente crédito del autor. En poco tiempo vendió un millón de copias, a 5 dólares cada una, sin pagarle un centavo al dueño de esa imagen. 'Pude demandarlo -diría Korda unos años después-. Pero no lo hice. Más que la foto misma era importante que el mundo descubriera al Che con su rostro verdadero'.
   Fotógrafo personal de Fidel durante un largo período, Korda ganó fama como un brillante perseguidor de los héroes más conocidos de la mítica Revolución. Camilo Cienfuegos, Castro y Guevara fueron sus piezas más preciadas. Pero también es célebre su foto de un anónimo campesino de Santa Clara, que se trepó a un farol en un acto masivo y se puso a fumar tranquilamente un habano. Esa imagen, titulada como El Quijote de la Farola, se sumó a las fotos más representativas de la gesta revolucionaria.
   La foto del Che recorrió el mundo entero. Hubo quienes trataron de usar la desgarbada e incitante imagen del guerrillero con fines publicitarios. Cuando Korda se enteró, demandó a varias empresas -entre ellas a Vodka Smirnoff y a una conocida fábrica de perfumes- por haber utilizado la fotografía sin permiso. Empezó a conceder entrevistas y a participar en exposiciones, como la que iba a presentar en París al momento de caer fulminado por un infarto. Y comenzó a facturar por la reproducción de esa imagen vibrante.
   ¿Héroe involuntario de la comunicación visual?
   ¿Un fotógrafo del montón que de pronto se cruza con la historia? Alberto Korda nunca entró en esas disquisiciones. Fue él, en definitiva, quien descubrió la querida presencia como una estrella solitaria brillando en un acto ya olvidado. Fue él, también, quien le puso un rostro concreto a la imagen probable de un hombre nuevo que nunca llegó a ser todo lo que se propuso. Y fue él quien contribuyó, acaso sin desearlo, a la gestación de un mito poderoso y duradero. Las imágenes inmóviles pueden llevar a engaños. Y tal vez vaya siendo hora de mirar nuevamente al hombre que tan hábilmente se oculta detrás de la foto fija. Y de mirarlo como lo vio Korda en aquel destemplado marzo de 1960. Ardiente, implacable, algo oculto por la multitud, con una mirada capaz de quemar el cielo si es preciso. Y con una voluntad a toda prueba de sueños, balas y traiciones.”

Korda relata cómo tomó la fotografía







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