27.4.11

Política internacional

A 40 AÑOS DEL CASO PADILLA
El 27 de abril de 1971 se produjo la autocrítica del escritor cubano Heberto Padilla. Premiado por Fuera de Juego, su poemario luego calificado de contrarrevolucionaria por las autoridades de Cuba. Encarcelado durante poco más de un mes, Padilla después se retractó públicamente. El Caso Padilla provocó la ruptura de numerosos intelectuales con el gobierno revolucionario. Extractos de Intelectuales versus Fidel: Cartas de un joven poeta, nota de la revista Panorama, nº211 del 11 de mayo de 1971.




   “El 27 de abril las cámaras de cine y los reflectores de televisión volvieron a recoger en La Habana la imagen de un muchacho corpulento y lampiño, de cara lunar y grandes anteojos, de pelo ensortijado y lenguaje pulido hasta la exageración. Imprevistamente Heberto Padilla volvía a gozar (o padecer, según su habitual juego de antinomias) de una gran soireé, y a ser algo así como el ombligo del mundo, frente al centenar de escritores reunidos para escucharlo. Sólo que esta vez acababa de salir de la cárcel.
   Contrariamente a lo que supusieron algunos diarios de países donde proliferan la picana eléctrica y el pau de arará, Heberto Padilla no había sido torturado ni quizás excesivamente molestado en el calabozo -'no demasiado sombrío', dijo- donde pasó exactamente 37 días bajo custodia de Seguridad del Estado. Según la agencia cubana Prensa Latina vestía una camisa celeste y un pantalón oscuro, esgrimía un habano que no llegó a encender y a lo sumo parecía agobiado por el calor. (…) Sólo al término de sus 100 minutos de exposición se apartó de su modelo para señalar a varios de los escritores presentes que -dijo- estaban amenazados por sus mismos errores. Entre ellos se contaban su mujer, la poetisa Belkis Cuza Malé, sus amigos Pablo Armando Fernández, César López y Manuel Díaz Martínez, quienes sucesivamente se pusieron de pie para aceptar las críticas y formular propósitos de enmienda.
   El imprevisto desenlace del 'caso Padilla' impuso violentos retoques a los editoriales en cadena que elaboraba la prensa occidental y dejó suspendidos sobre el Atlántico medio centenar de radiogramas en que celebridades literarias europeas se preocupaban por la suerte del poeta, tras las huellas de Jean-Paul Sartre y Julio Cortázar. Padilla agradecía personalmente 'esa alharaca internacional', pero la consideraba infundada y vertía sobre ella un hálito conmiserativo: 'Son compañeros que viven otras experiencias y otros mundos' que 'desconocen a fondo mi vida de los últimos años', que 'han defendido a un hombre menos importante que la Revolución'.
   Las explicaciones de Padilla parecieron poco convincentes a quienes siguen de lejos los acontecimientos cubanos y procuran explicarlos por modelos ajenos extraídos del stalinismo soviético o e la situación del intelectual 'contestatario' en el mundo occidental. El resultado inevitable de esos cotejos es la perplejidad que sólo se disipa reinsertando el proceso de la cultura en el proceso histórico general de un país.
(…)
Los amigos indiscretos. Los poemas peligrosos acechaban puntualmente a Padilla en su segundo libro, Fuera del juego, que ganó en 1968 el premio de la Unión Nacional de Artistas y Escritores de Cuba. Una parte de ese libro, titulada El abedul de hierro, era un ataque nada velado a la Unión Soviética, su política, sus funcionarios y su modo de vida. (…) El gobierno cubano, obviamente, quería resolver esos problemas por la vía diplomática más que poética, y el libro de Padilla premiado en un concurso oficial era, por lo menos, inoportuno en la situación.
   Ese fue el momento que eligió su amigo Cabrera Infante, ya exiliado en Londres, para publicar en una revista de Buenos Aires un violentísimo alegato contra Fidel Castro y una 'defensa' de Padilla. Todos recordaron entonces que Padilla, a su vez, había defendido a Cabrera, contraponiendo las virtudes de su novela Tres tristes tigres a los defectos que halló en otra novela, Pasión de Urbino, escrita por su ex amigo y funcionario de Cultura, Lisandro Otero. La UNEAC decidió entonces publicar el libro de Padilla, pero acompañado de un 'prólogo crítico' donde censuraba las tendencias contrarrevolucionarias del poeta. Una editorial francesa, Du Seuil, pescó al vuelo la oportunidad el best seller, y en tiempo record tradujo y editó el libro, acompañado de una faja que preguntaba: '¿Se puede ser poeta en Cuba?'. El novelista argentino radicado en París, Julio Cortázar, pretendió terciar como amigable componedor en un artículo del que el semanario de izquierda Le Nouvel Observateur, con insólita deshonestidad, expurgó varios párrafos y cambió el título original por otro que parecía una provocación: 'Defensa de Padilla'.
   Esta confluencia de amistades complicó la situación de Padilla y, el mismo tiempo, le dio una nombradía desproporcionada a las veinte carillas escritas de corrido que suma el total de su obra, y a los dos o tres millares de lectores reales de esa obra en un mundo que se preocupa por algunos poetas aunque no consume demasiada poesía. Hoy sostiene Padilla que ambos efectos eran buscados por él. En todo caso perdió su empleo, cosa grave en Cuba. Un año más tarde lo recuperó tras escribir una primera carta a Fidel Castro.

Los finales imprevistos. El episodio parecía concluido, aun con su estela de amargura, hasta que el 20 de marzo agentes cubanos de Seguridad detuvieron a Padilla. ¿Qué había ocurrido esta vez? La confesión de Padilla se articula con algunos hechos hasta ahora inexplicados para desembocar en una hipótesis verosímil. El año pasado aparecieron casi simultáneamente en Francia dos libros sobre Cuba: uno, del periodista francopolaco K.S. Karol, titulado Guerrilleros al poder; otro del agrónomo René Dumont, que preguntaba: ¿Cuba es socialista? Los dos habían estado repetidas veces en Cuba donde fueron colmados de honores y gozaron de la confianza de Fidel Castro que los paseó por toda la isla. Ambas obras constituyen una crítica demoledora de la sociedad revolucionaria cubana.
(…)
   Pero cuando hubo que buscar un responsable de esa minucia que empapa y hace verosímiles los textos de Karol, de Dumont, de Enzensberger y de otros censores, los hilos confluyeron en Heberto Padilla, el enfant terrible de la Revolución, como lo llamó al pie de una foto el periodista norteamericano Lee Lockwood. Con todos ellos admite ahora Padilla, tuvo 'incontables conversaciones' en las que 'hablé insidiosamente de todos los aspectos de la Revolución'. De ahí su cárcel, luego su lamento.
   En todo caso, la suerte del joven poeta Heberto Padilla en Cuba parece hoy menos dura que la del joven poeta Javier Heraud, muerto con la guerrilla en Perú o la del joven poeta (Otto René) Castillo, muerto con la guerrilla en Guatemala.”






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