23.3.11

Dictadura 1966-1973


HACE 40 AÑOS LANUSSE REMPLAZABA A LEVINGSTON
El 26 de marzo de 1971 asumió la presidencia de la Nación el general Alejandro Agustín Lanusse. Último mandatario del régimen militar autodenominado Revolución Argentina, le tocó encabezar el regreso a la legalidad. Su nombramiento, en tramos de El fin de la revolución y el arduo parto de la democracia, nota de la revista Panorama, nº 205 del 30 de marzo de 1971.





“La agonía del régimen instaurado el 28 de junio de 1966 concluyó, el lunes 22, con pena y sin gloria. Con pena, porque la Junta de Comandantes de las Fuerzas Armadas se vio obligada a reiterar el episodio de la destitución de su mandatario; sin gloria, porque antes de cumplirse el quinto aniversario de la emergencia que se llamó Revolución Argentina los militares definidos como democráticos debieron reivindicar a los mismos políticos sancionados y escarnecidos por la Junta que encumbró a Juan Carlos Onganía.
Arduo será el ciclo que se inauguró en la medianoche del lunes 22. Roberto Marcelo Levingston, obstinado en estimular un proceso ambiguo y sin salida cierta, hizo peligrar la unidad militar a un extremo semejante al que se soportó en septiembre de 1962. Entonces, la disputa epilogó con la victoria concluyente del bando azul, emblema de un tibio populismo; una semana atrás, el enfrentamiento pudo haber derivado en una lucha cruenta, con imprevisible derivación civil, dado que el terrorismo y la agitación gremial podían haber definido a muchos activistas a tomar partido y obtener ventajas.
Pero justamente esa indefinición revolucionaria que esbozó Onganía y acentuó Levingston, pulverizada por Alejandro Agustín Lanusse, Pedro Gnavi y Carlos Alberto Rey, quizás renueve la idea de que la empresa nacional se frustró -una vez más- por la ceguera de los liberales. En otras palabras: dentro de unos meses podría florecer la intención de evitar la salida electoral, deseo que comparten tanto los civiles como los militares defraudados por la orientación política del tercer ciclo, sobre todo porque de ahora en adelante el jefe del Estado tendrá que desechar la imagen de líder revolucionario para ir ganando -sin prisa y sin pausa- la silueta del restaurador de la democracia. Así, al disociarse del esquema revolucionario los fracasos de Onganía y Levingston el concepto podría recuperar coherencia y, sin duda, adeptos.
(…)
La hora de Lanusse. Nadie podía asegurar, entre el sábado 20 y el lunes 22, que los altos mandos de las Fuerzas Armadas estaban decididos a destituir a Levingston; por el contrario, tanto Gnavi como Lanusse insistían en la necesidad de persuadir al mandatario para que acelerase la definición institucional. Más aún: Lanusse no admitía la sugerencia de tumbar a Levinsgton, y a quien quisiera escucharlo solía argumentarle que la contingencia era grave en la medida en que pocos eran los que proponían soluciones orgánicas y muchos los que reclamaban golpes de Estado.
Pero en la tarde del lunes 22, cuando los comandantes se reunieron con Levingston para acordar una solución aceptable a la crisis revolucionaria, el presidente culminó sus desaciertos con un error táctico imperdonable para un militar experto en inteligencia: la detención del comandante en jefe del Ejército, a quien estaban subordinados los mandos. Ese día, casualmente, se cumplían veinte años del arresto del capitán Alejandro Lanusse, involucrado junto a Benjemín Menéndez, Julio Alsogaray, Manuel Reimundes, Tomás Sánchez de Bustamante y Luis Premoli en la conjura contra Juan Perón.
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La borrasca, sin embargo, se disipó el jueves 25. Ese día, luego de varias reuniones en las que participaron Jorge Daniel Paladino, Ricardo Balbín, Horacio Thedy, Francisco Solano Lima, Fernando Morduchowicz, Manuel Rawson Paz y altos oficiales de las Fuerzas Armadas, se acordó que Arturo Mor Roig, ex presidente de la Cámara de Diputados durante el gobierno de Arturo Illia, aceptase el Ministerio del Interior ante el ofrecimiento de la junta militar.
La propuesta al dirigente del radicalismo populista, concretada el miércoles 24, promovió largas deliberaciones entre los líderes de La Hora del Pueblo. Los radicales tenían sus dudas sobre una reacción favorable del peronismo y, quizás por eso, quedaron sorprendidos cuando Paladino admitió que el nombramiento de Mor Roig significaba 'un hecho positivo hacia los propósitos que se persiguen'. Claro que el delegado de Juan Perón pisaba sobre terreno firme: previamente, Balbín le había ratificado que Mor Roig seguía siendo un hombre 'fiel a la mesa directiva de la UCRP'.
(…)
Pero estas medidas, en caso de concretarse, no serán las más trascendentes. Es que Lanusse, ya en plena aceleración hacia la salida electoral, piensa impulsar un proceso verdaderamente revolucionario, como para demostrarles a Onganía y a Levingston que él sabe y puede hacerlo. Las eventuales provindencias: amplia amnistía para dirigentes políticos y gremiales, libertad para las coaliciones políticas, incluso las de izquierda que no planteen la subversión; derogación de la legislación represiva y un paquete de decretos de las áreas de Economía y Bienestar Social para atemperar las tensiones y recuperar las expectativas de la población”
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