7.6.10

Política nacional

HACE 40 AÑOS DERROCABAN A ONGANIA
El 8 de junio de 1970 terminó la dictadura del general Juan Carlos Onganía, derrocado por los comandantes de las Fuerzas Armadas. En su lugar asumió provisoriamente el gobierno una junta militar liderada por el general Alejandro Agustín Lanusse, el almirante Pedro Gnavi y el brigadier general Carlos Alberto Rey. Concluían así los cuatro años de gobierno de Onganía, que había liderado un golpe de Estado contra al presidente Arturo Illia el 27 de junio de 1966. Texto completo de Plaza de Mayo: Visto y oído, nota color publicada en la edición especial de la revista Panorama del 10 de junio de 1970.




"Fueron diez desapacibles horas (desde las 14 hasta las 24 horas). La Plaza de Mayo volvió a trasformarse —el pasado lunes 8— en ese reducto fatigado por los espectadores del poder. Los protagonistas cabildeaban sus posibilidades con el telón bajo. Una atendible discreción que margina a los curiosos desde que la leyenda histórica atribuye a un grupo de encapotados vecinos los caprichos de un slogan: 'El pueblo quiere saber de qué se trata'.
Desde temprano un sol mezquino apenas se coló por instantes. Fue una razón para que los verdes bancos de pinotea que soportan diariamente a quejumbrosos jubilados, se mantuvieran desocupados. Un sospechoso vacío (pocos automotores y peatones, además de parquímetros libres al estacionamiento) desde la mañana demostró la perspicacia de los porteños para olfatear devenires funestos. Ya al mediodía uno de los chasiretes apostados cerca de la Pirámide replegó el trípode de su máquina. También la obesa vendedora de vituallas para las palomas enfardó los bastimentos. Fueron precisamente las palomas las primeras damnificadas de la jornada: corridas, desplazamientos policiales y los ronroneos de helicópteros las obligaron al permanente revoloteo que acostumbran en cada tumulto. Debieron recurrir —claro— a los barrocos escondrijos de los edificios más viejos.

CALENTITO EL CAFÉ
. A las 14 horas unos 150 curiosos, periodistas, reporteros gráficos y adictos a distintas corrientes políticas, componían un contingente todavía silencioso. Fue cuando aparecieron los primeros vendedores de café. 'Cuando se arma la rosca se vacían las oficinas y no queda otro remedio que venirse para acá', filosofó Patricio Ojeda (43), agobiado por el peso de ocho termos. 'Creo que soy el único Patricio que no se pierde los últimos cuatro derrocamientos y sale ganando. ¡Café, café!', continuó, abriéndose paso. Las pociones calientes animaron lo que hasta el momento sólo era una tertulia. Salieron a relucir anécdotas, cuentos y adivinanzas. '¿Imaz termina con Z o Z termina con Imaz?', se ingenió un joven —supuestamente estudiante—. Más éxito tuvo un muchachón emponchado. '¿Saben quién está por llegar a Buenos Aires? Teodorakis. Viene a ponerle música a todo esto'.
'Habrá que ponerlo a Armando de presidente', exageró un empleado entusiasmado por las ironías que ensayaba un grupo en la vereda de la Casa Rosada. 'No estoy de acuerdo —aventuró un hincha de River de barba y chaleco—. Tiene que ser un tipo divertido. Propongo a Macoco Alzaga Unzué'. Claro que hacia las 15 horas las humoradas comenzaban a trocarse por susurros más graves. 'Vienen de la Tablada', fue el rumor inmediato. Ya medio millar de personas empezaba a impacientarse. Los comunicados y las ululantes radios uruguayas martillaban desde los transistores. La llegada de dos helicópteros al helipuerto de la Casa de Gobierno —apenas pasadas las 16—, el sobrevuelo de aviones y el arribo de efectivos pertrechados para atrincherarse en los balcones, caldearon los ánimos. Estallaron cuando un corpulento cuarentón comenzó a vivar a Onganía, enternecido por recientes libaciones.
Consiguió un coro de chiflatinas. Los concurrentes se unificaron también para gritar: '¡Que se vaya!', agitando los brazos en dirección a los balcones. Hasta allí estaban —al parecer— todos de acuerdo. Luego vinieron algunas radicalizaciones. Un cántico de juglar anónimo que despotricaba contra Onganía y Lanusse al mismo tiempo dio pie al coro que voceó 'Perón, Perón'. Una nueva chiflatina evidenció la presencia de todos los sectores.
Cuatro vigilantes no pudieron controlar las primeras escaramuzas. La primera: un desconocido funcionario que salió por la explanada consiguió que un agente detuviera a uno de los alzados. También que la turba le propinara una lluvia de trompis, monedas y piedras. Lo salvó un osado taximetrero que acertó a rescatarlo. Menos suerte tuvo el canciller Juan Benedicto Martín: al salir por Rivadavia, su coche recibió una andanada de puntapiés en la carrocería y puñetazos en las ventanillas.

HORA MARCHITA. Atardecía. Llegaron efectivos policiales armados con pistolas lanzagases y bastones. Comenzaron las corridas. Un piquete cruzó longitudinalmente la plaza mientras los desplazados se burlaban voceando el paso militar (hop, hop, hop, hop). Otros se animaron a entonar la marchita. Pero a las siete de la tarde todo estaba despejado. La niebla se espesó más aún. Solamente un centenar de periodistas y camarógrafos (además de otros que pasaban por serlo y los infalibles cafeteros) se animó a esperar estoicamente el desenlace. Pocas novedades se sucedieron entonces: Dardo Cabo y Cristina Verrier (operativo Cóndor) tuvieron dificultades con sus credenciales periodísticas, al parecer dudosas. Nuevos efectivos policiales aparecieron apenas pasadas las 22.30 horas y se decidieron a complicar la tarea periodística.
'Personal de periodistas; replegarse sobre la vereda del Banco Nación. ¡Hacerlo!', gritó un suboficial con megáfono. La orden fue cumplida conteniendo una espontánea risotada. La puerta que da por la calle Rivadavia se abrió entonces. Falsa alarma: dos empleados sacaron un cajón de envases vacíos de Pepsi Cola. Diez minutos después el subcomisario inspector Meteiro se acercó a los periodistas y ensayó un tono dramático: 'El radiocomando advierte —solemnizó— que se retiren ya. Acontecimientos futuros pueden poner en peligro sus vidas'. Un nuevo cordón cercó la salida —a las once y media de la noche— del Rambler sedan de color negro que llevó a Onganía a presentar su renuncia. 'Desde que lo sacaron al Peludo me vi varios finales. Quién iba a pensar que el Tatú iba a terminar sin pena ni gloria', se emocionó un memorioso, mientras mascaba un pucho bajo la estatua de Juan de Garay."


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