25.6.10

Literatura

HACE 40 AÑOS FALLECIÓ LEOPOLDO MARECHAL
El 26 de junio de 1970 murió el novelista, poeta y dramaturgo argentino Leopoldo Marechal. Había nacido en la ciudad de Buenos Aires, donde se desempeñó como docente y bibliotecario. Su obra más conocida es la novela Adán Buenosayres, publicada en 1948 y que fue ignorada durante muchos años por su simpatía con el peronismo. Extractos de Marechal o el ciclón de los dioses, nota de José María Castiñeira de Dios publicada en la revista El Despertador, nº 18 de junio de 1988.



"¿Con qué títulos me atrevo a improvisar estas palabras sobre el maestro Leopoldo Marechal?

Como él decía en Laberinto de amor: 'No tengo para tales rigores ni el verbo ni la barba de los historiadores. No me fue dada la posibilidad de ser un exégeta de su obra. De modo que mi presencia aquí tiene tan sólo un fin testimonial: el de un discípulo, que viene a contar cómo fue su encuentro con el maestro, qué recibió de él y cómo lo acompañó, en largos tramos de su vida, como él dijo alguna vez, «en las duras y en las maduras»'.

Allá por el año '33 venía yo de un campo sur de llanuras, de potros y de trigales. Mediaba el año y yo quería ingresara a un Colegio de la calle Trelles y Franklin de Buenos Aires. Naturalmente por normas burocráticas muy atendibles, entre ellas, el haberse cerrado varios meses atrás el período de inscripción, me rechazaron, y en el momento en que yo salía, llorando, y Leopoldo Marechal ingresaba al colegio para cumplir con su tarea diaria docente, se detuvo, le preguntó a mi madre qué le ocurría al muchacho quebrado en llanto y me llevó a la Dirección para que le permitieran admitirme como alumno suyo en 5º grado de esa escuela primaria. Asumió él, por una misteriosa voluntad propia, el compromiso de formarme y de hacerme ganar el tiempo perdido, en aquellas horas menos exigentes del curso escolar. Para mí fue realmente una revelación. Porque yo traía conmigo la pura y simple imaginación campesina, y en aquellas paredes caleadas del lejano rancho sureño de mi infancia, había visto y dibujado la existencia del poeta. El poeta -como un ser ideal- era así, para mí, una realidad concreta y me había acompañado mágicamente en toda mi vida infantil, en los 25 de Mayo y 9 de Julio de las fiestas lugareñas, recitando poemas tradicionales de 'El negro Falucho', de Obligado y aquel 'Los Granaderos' de Belisario Roldán.

El poeta existían en mi vida junto con los payadores, que transitaban por esas tierras del sur cantando la 'Leyenda del Mojón', acercando a mi corazón abierto los poemas populares y anónimos, las estrofas del Martín Fierro, la leyenda del Viejo Santos.

Tuve así la posibilidad -¡oh milagro!- de encontrar en un patio del Colegio de Trelles, la revelación física del Poeta. Estaba allí, de cuerpo entero, con su guardapolvo blanco, fumando una pipa que jamás sacaba de su boca, mirando socarronamente a quienes representaban la docencia tradicional, acariciando a los chiquititos más avispados, y volcando hacia todos una ternura que se hacía más visible con los más desvalidos, con los menos dotados para el esfuerzo del estudio.

Marechal era, fue, auténticamente un maestro toda su vida, vida que proyectó en una gran didáctica, la de la Verdad revelada.

Esa presencia de orden espiritual se manifestaba en una comunicación caritativa con el prójimo. Le importaba mucho el prójimo. Muchos años después iba a decirle a Gelman: 'Escribí para comunicarle mi experiencia a mi prójimo, o sea a mi próximo, tal vez eso pueda ahorrarle algunas desdichas y pesares'.

Este gesto caritativo de Marechal involucraba la conciencia que él tenía de su misión como escritor, su necesidad de dar testimonio humano. Decía: 'Creo que un poeta lo es verdaderamente cuando se hace la voz de su pueblo, cuando lo expresa en su esencialidad, cuando dice por los que no saben cantar'.

Y agregaba: 'cuando tuve ciertas respuestas frente al mundo (...)las encontré sobre todo en la gente y me obligué a comunicarle vital y literalmente, por amor, por caridad; porque hay que compartir con los demás lo que uno posee. El día que se haga ésto, -decía- en el orden económico, tendremos un mundo mucho más feliz'. Marechal se colocaba, así de frente, frente al mundo que le tocó vivir, un mundo en un formidable desequilibrio, lo que él llamaba el proceso descendente del ciclo humano sometido a una inquietante aceleración. ¿Por qué como escritor se obligaba él a comunicar la Verdad proferible? Ya lo dijo, en el hermoso comentario que le hace a Alfredo Andrés: 'El escritor reclama dos definiciones: una peyorativa y otra mejorativa. La peyorativa dice: Animal bípedo, con una sola pluma, que se alimenta de incienso y promoción; y en la «mejorativa»: escritor, ser hermosamente expresivo que manifiesta exteriormente para los otros lo que hay en él de manifestable'.

(...)

Toda la didáctica de Marechal se manifiesta poéticamente. Él no creía en la literatura por la literatura ni en el arte por el arte. Pudo decir: 'Personalmente, cada vez me interesa menos la literatura y todo cuanto no sea la apertura al sentido trascendente de la existencia; toda la existencia humanos no es más que una preparación para algo que ha de continuar en otro plano menos ilusorio'.

Pero también creía que todos los caminos del arte literario se resolvían en la poesía, incluida la novela, a la cual consideraba una expresión de la epopeya como amplia realización poética y no solamente poética sino de comunicación de una existencia humana. Por eso, en un momento determinado, Marechal utiliza la novela, también como una forma de su didáctica; quiere darle a la ciudad un alma; quiere que la ciudad física tenga una existencia metafísica; y cuenta su camino, su difícil, doloroso y luminoso, resplandeciente camino, hasta alcanzar el conocimiento de la Verdad.

(...)

Marechal tenía, además, un profundo y extraordinario amor a la Patria, y al Pueblo, que se resolvía también en una permanente y luminosa didáctica, como lo expresa en 'La Patriótica'. La Patria era para él una inquietud permanente y una angustia de todos los días. 'Muchachos -me decía- ¿qué nos pasó, qué nos pasó que cuando Buenos Aires era un villorio escribíamos en las paredes: «Calle Esparta su virtud/ su grandeza, calle Roma/ silencio que el mundo asoma/ la gran capital del Sud». ¿Qué nos pasó que teníamos un sentimiento de grandeza, de heroica realización común, y nos hemos ido perdiendo en los vericuetos de los odios, en los conventillos de la maledicencia?'. ¡Tantas veces había hablado de la Patria! 'La Patria es un dolor que nuestros ojos no aprenden a llorar'. Un dolor, siempre la Patria es un dolor, pero también 'la Patria es un gran amor que llora recién nacido', y 'la Patria es nada más que una hija y un miedo inevitable'. Recuerdo ahora, casi el destino vivo con que en su si didáctica Marechal quiere dibujar la definición total de Patria: 'Y dije todavía en la Ciudad/ bajo el caliente sol de los herreros:/ no sólo hay que forjar el riñón de la Patria/ sus costillas de barro, su frente de hormigón,/ es de urgencia poblar su costado de Arriba,/ soplarle en la nariz el ciclón de los dioses./ La Patria debe ser una provincia/ de la tierra y del cielo'.

Con su humildad de gran poeta cristiano Marechal trabajó toda su vida por esta Patria de la tierra y por aquella otra del Cielo. Lo hizo en Buenos Aires, 'ciudad de sus amores,/ en donde cosechó más espinas que flores'.

Para cerrar esta didáctica permanente de su vida y de su obra escribió aquel final de Megafón: 'Y adiós, que me voy'. Creyó que nos iba a dejar... pero estamos con él."


Leopoldo Marechal recita Descubrimiento de la Patria



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