31.3.10

Política internacional

AUTOGOLPE EN EL PERÚ


En la noche del 5 de abril de 1992 el presidente peruano, Alberto Fujimori, disolvió el Congreso y el Poder Judicial y militarizó el país. Tras el autogolpe de estado el mandatario fue reelegido presidente en 1995 y gobernó Perú hasta que en noviembre de 2000 envió un fax con su renuncia desde Japón. La cobertura de aquella jornada en Pequeño emperador, nota de Mario Markic publicada en la revista Noticias, nº 798 del 12 de abril de 1992.




"Un país dominado por el hambre, el cólera, la inseguridad y la droga soporta ahora el último embate de Fujimori: el autogolpe.

Alberto Fujimori (53), cinturón negro de karate y presidente elegido por voluntad del pueblo en Perú, comenzó a escribir el capítulo más patético de la novela mágica latinoamericana la noche en que de un plumazo disolvió el Parlamento, removió a los jueces, arrestó a sus opositores políticos, vulneró la libertad de prensa llenando de soldados las redacciones de los diarios y los canales de televisión y sacó a los viejos tanques de fabricación soviética a las calles mustias de Lima; así, el presidente obtuvo la suma del poder público e instaló la palabra clave ante los absortos limeños -moralización-con la que piensa gobernar hasta el año 1995, por lo menos.
Mientras tanto, ex ex presidente Alan García (43), líder del principal partido opositor, lograba huir de los militares que asaltaron su casa y se escondía dentro de un tanque de agua de una vieja construcción, Fujimori inició su etapa como dictador con el semblante menos tenso que los problemáticos días previos al golpe, cuando su mujer, Susana Higuchi acúsó a su concuñada, Clorinda Ebisuri de Fujimori, y a su cuñado, Santiago Fujimori, de traficar con toneladas de ropa donada por el gobierno de Japón. La primera dama se sintió despechada cuando su marido no la incluyó en la comitiva que visitó el país de sus ancestros y demás; en todos los rincones de Lima se susurra que la relación conyugal pasó de la pasión a la hojarasca. Doña Susana Higuchi también denunció al embajador del Perú en Tokio, Víctor Aritomi, casado con otra de las hermanas del presidente, Rosa Fujimori, de traficar con los donativos, y aunque la denuncia no pasó más allá de unos pocos millones de líneas escritas en los diarios, la actuación de los jueces irritó al presidente, que no iba a olvidar tan fácilmente el indignante fallo de la Corte Suprema que exculpó al principal líder de la organización guerrillera Sendero Luminoso, Abimael Guzmán, de los cargos por terrorismo.
En el atardecer de su segundo día como dictador, Fujimori hablaba ante empresarios y exportadores peruanos y el país entero escuchaba las razones de su jugada política cuando un ómnibus cargado con 50 kilos de dinamita explotaba frente a una comisaría en la Villa El Salvador, en las afueras de la Capital, matando a un mayor de la policía: Sendero Luminoso, el grupo extremista más sanguinario de América, contestaba así a la promesa del presidente de terminar con la subversión. El desafío es tan difícil que Fujimori tentó a los militares a compartir el gobierno (en una jugada que puede ser suicida) a cambio de una embestida frontal y definitiva del Ejército contra el problema más grave que lo acosa: desde que irrumpió en la tortuosa geografía del departamento de Ayacucho, a principios de la década del '80, no menos de 30 mil personas murieron en Perú, víctimas de la violencia política, el 80 por ciento de ellas a manos de Sendero, una organización que entrena a sus miembros con 'misiones' de las que participan tres individuos: los dos varones inmovilizan a la víctima disparándole en los brazos y piernas y la mujer es la encargada de darle el tiro de gracia en la cabeza. Después de ser ungido presidente, el 28 de julio de 1990, el Día de la Independencia Nacional y de su cumpleaños número 52 -y tras 20 meses de gobierno-, Fujimori no consiguió logros contra el terrorismo. Durante su primer año de mandato, 3.106 personas murieron en actos terroristas contra 1.268 durante los doce meses anteriores. El gobierno está entrampado por la guerrilla, que ya ocupa buena parte del país -llegaron a atentar contra el propio Palacio de Gobierno, en el corazón de Lima- que cuenta con un aliado poderosamente: el narcotraficante.
(...)
Flaco favor le hace Alberto Fujimori al Perú con su ensayo cívico-militar. La mejor dialéctica para disfrazar a su gobierno de democrático no alcanzará para borrar esa fama de ingobernable que pareció cortarse en 1980 cuando asumió el presidente Fernando Belaúnde Terry. Pero entonces apareció en escena Sendero Luminoso. Un solo dato puede ilustrar lo difícil que es el presente peruano: como en una película del Oeste, hace pocos días el presidente Fujimori prometió una recompensa de medio millón de dólares al que traiga la cabeza de Abimael Guzmán Reynoso, el principal líder senderista. Lima es una ciudad vieja con un pasado señorial en sus edificios de estilo español cuyos balcones de madera están a punto de caerse. De enero a diciembre el cielo permanece gris. El tránsito es imposible en las calles porque las señalizaciones no existen y el comportamiento de los conductores hace que los de Buenos Aires parezcan caballeros ingleses. La miseria es visible en las calles del centro y patética en las laderas de los cerros de la periferia: a esa suerte de favelas alguien -seguro que desde el poder- las bautizó 'pueblos jóvenes'. Allí se hacina más del 50 por ciento de la población urbana, por debajo del umbral de la pobreza absoluta. La capital de Perú ha crecido en forma impresionante debido al despoblamiento de las zonas rurales. La falta de trabajo, el hambre, la guerrilla y el narcotráfico han empujado a muchísimas familias a Lima, que ya no es la 'ciudad blanca' que enorgullecía a la clase alta. Los 'cholitos', que vienen de las mono tañas o de la selva han invadido hasta los barrios ricos de Miraflores y San Isidro. Los números fríos de la estadística revelan que en el territorio que alguna vez fue el corazón del Imperio Incaico hoy viven 22 millones de almas. Pero el 97 por ciento de ellos son pobres y por lo menos 100 mil niños mueren anualmente antes de cumplir cinco años.
El cólera llegó como uno de los jinetes del Apocalipsis, pero es sorprendente la escasísima presencia del Estado para combatirlo. Por allí algunos afiches en la vía pública o esporádicos jingles radiales. Lo cierto es que entre febrero y abril de 1991 se registraron 139.461 casos y después de ese pico, la enfermedad no asusta a nadie. En este escenario, donde el sueldo mínimo no supera los 50 dólares, las denuncias de corrupción son permanentes, los terroristas son liberados por los jueces, los políticos parecen enredados en luchas mezquinas y discursos populistas, Fujimori cree interpretar que el pueblo quiere mano dura. La realidad indica que las clases altar, por ahora, saludaron abiertamente sus medidas que los pobres, por lo menos por omisión, en cierta manera también lo hicieron. No tanto por el inexistente carisma de Fujimori -un hombre hermético, imprevisible, cuyo verdadero pensamiento sólo un reducido grupo de asesores conoce- como por el resentimiento que existe contra lo que el presidente denomina 'políticos tradicionales'.
(...)
Fujimori logró unir a la dirigencia política peruana con este nuevo escenario. Parece curioso que las capas más desposeídas de la sociedad peruana apoyen el proceso en marcha por mucho tiempo más, si para entonces no hay una mejora en el empobrecido nivel de vida. El peor error que puede cometer Fujimori es creer que despotricando contra la clase política habrá paz social por mucho tiempo. Frente mismo de la Casa de Gobierno, como un símbolo en esta ciudad angustiosa y gris, con autos viejos y abollados por el tránsito loco, con cólera, coca y bombas asesinas todos los días del año, la estación terminal del ferrocarril es un galpón vacío de vías herrumbrosas, porque los trenes no salen desde hace un año y no volverán a salir nunca más. A tres metros de la Casa de Gobierno está, vacío de parroquianos, el bar Cardati, un lugar tradicional al que ningún presidente de Perú, incluyendo a Fujimori, ha dejado de visitar desde 1905. El mozo, que lleva 43 años en el oficio, dibuja con sus palabras una verdadera parábola acerca de lo que es el poder en las mágicas historias de América latina: 'Sí, todos vienen aquí al asumir como presidente de la Nación. Comen, visitan la cocina y saludan a todos los empleados. Después, ya dejan de venir. y al final, uno ya los ve como se van, escapándose con sus autos lujosos y los vidrios levantados'".

El autogolpe de Fujimori



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