16.9.09

Vida cotidiana

LA INSEGURIDAD EN EL CONURBANO, HACE 35 AÑOS
“Todo tiempo pasado fue mejor”, dice el proverbio popular. Pero esto no parece haber sido siempre así, según la visión de la revista Panorama sobre el problema de la inseguridad en el conurbano bonaerense, de acuerdo a la nota publicada en su edición nº 377 del 17 de septiembre de 1974.


EL TERROR GANA EL SUR
“En la madrugada del miércoles 4 pasado, dos hombres, haciéndose pasar por policías, irrumpieron en una de las precarias viviendas de Villa Centenario –una villa miseria tendida a unas ocho cuadras del cementerio de Lomas de Zamora- e intentaron violar a dos de las hijas de Antonio Sandoval, un trabajador de 46 años. Sandoval quiso impedirlo; uno de los asaltantes lo mató y huyó. El otro fue alcanzado por los vecinos que, alertados por los gritos y los tiros, ya rodeaban la casa. A cuchilladas, a golpes de puño, a palos, la pequeña multitud somnolienta ajustició despiadadamente al hombre, un tal Luis Quinteros.
El jueves 5, los diarios narraron dos hechos significativos. En Ringuelet, provincia de Buenos Aires, unas cuatrocientas personas se unieron para incendiar la casa de una familia implicada en la violación de una niña de 8 años, ocurrido hace 7 años y descubierto hace unos días. Ese mismo día, en el mentado Camino Negro un colectivo de la línea 318 fue escenario de un hecho singular: mientras el colectivo marchaba, tres patoteros comenzaron a hacer bromas a una muchacha. Todos los personajes –también el quinto, un hombre silencioso- ocupaban el asiento de atrás. Cuando los jóvenes pasaron de las palabras al manoseo de la joven, el hombre silencioso se levantó, sacó una pistola de 9 milímetros, hirió al que parecía ser el jefe de la patota, hizo detener el colectivo y desapareció. (…)

ESA ZONA ES EL FAR-WEST
Los tres primeros hechos sugieren que los ciudadanos, descreídos de las autoridades policiales, comienzan a tomar la justicia en sus manos; el cuarto, va más allá; marca la confusión que existe –el menos en el Gran Buenos Aires- entre policías y maleantes. (…) Es precisamente un alto funcionario de esos tribunales (de Banfield), a quien las reglas impiden dar su nombre, quien explica: ‘Esta zona es el far-west. Yo ya no voy al cine en Banfield o en Lomas. No dejo ir a mis padres. Los llevo al centro, y los voy a buscar a la salida. Si uno va al cine le fichan el abrigo, y lo aprietan después, a las dos o tres cuadras’. Cualquier otro habitante de la zona –ya famosa por los asaltos a comercios que se realizan en los últimos años- puede decir lo mismo: una recorrida por las boites, una charla con los propietarios, arroja la misma, invariable respuesta: Antes uno salía de la boite y había movimiento, gente. Ahora –narró uno de ellos-, a las cuatro de la mañana, cuando voy de Banfield a Temperley, cruzo apenas uno o dos coches. Y como nadie sale de noche, el trabajo ha disminuido’.

CUESTIÓN DE DOMICILIO
El funcionario de Tribunales está de acuerdo, e intenta una explicación: ‘Cada juez de turno permanece 15 días; en ese tiempo, atiende unos 400 casos de asaltos, riñas, homicidios, y casos como el de Villa Centenario. Son 800 al mes. Pero es lógico, en estos tribunales, se atiende una zona donde hay nada menos que 37 Villas Miserias. Esa gente vive en condiciones infrahumanas, por un lado, está la violencia que se desata en las mismas villas. Por otro, los asaltos, los robos, que se vuelcan en la zona céntrica, donde hay algo por saquear. Si usted examina los expedientes, ningún implicado en asaltos, en cualquier hecho, vive cerca de las estaciones, en el centro. Ellos roban para comer, muchas veces, pero en las villas tienen el escape del alcohol, que provoca las riñas, las violaciones y el homicidio, los delitos más frecuentes’.(…)
En la comisaría de Banfield, el oficial subinspector Rubén Aldo Taiano, corrobora y amplía estas quejas: ‘Mire; ni la comisaría ni las subcomisarías tienen más de 5 hombres para andar en la calle. El trabajo de patrullaje, de prevención, se divide en tercios; cada uno de esos tercios debería formarse por 6 u 8 hombres. Necesitaríamos unos 30 hombres para cubrir el día’.

DE TODO CALIBRE
La tenencia de armas, en la población de la zona, ha aumentado de manera alarmante. ‘Hay mucho calibre 22, que se puede comprar en cualquier lado y a veces es más peligroso que otro calibre, porque tiene una bala finita que adentro del cuerpo se mueve para cualquier lado. Pero los asaltantes usan cualquier cosa: mire’, dice Taiano, y muestra una escopeta del 16, de caza, ‘esto pertenece a un hecho. Estaba cargada con municiones del 1. Mortal. Otros le cortan el caño. También aparecen las pistolas del 45 y las de 9 milímetros, que utiliza la policía’. (…)

EL MIEDO EN LA CALLE
En la zona céntrica –los alrededores de la Avenida Pavón, los centros comerciales de Temperley, Lomas de Zamora, Banfield- los comerciantes son los más dilectos destinatarios de esa ola de violencia. No hay estación de servicio, farmacia, almacén, línea de colectivos que no haya sido asaltada repetida, casi monótonamente. Un farmacéutico, instalado en la zona residencial de Banfield, da la medida del terror: ‘Mire, yo le cuento pero le pido que no me nombre. Yo fui asaltado 32 veces en 7 años. Hace dos años decidí adoptar el sistema que usted vio’. El sistema es simple: un chico, junto a la puerta, corre y descorre el cerrojo. Cada vez que un cliente se acerca a la puerta, mira hacia el mostrador y pregunta si debe abrir. ‘A los que no son del barrio, los atendemos por la otra puerta, a través de una pequeña reja. ¿Cuánta plata en total? Ya ni sé. Y ahora mismo, recibo por teléfono amenaza tras amenaza: me dicen que lo mismo me van a asaltar. Y eso que ya salieron dos asaltantes muertos y un herido, de acá dentro’. (…)
A pocas cuadras de esa farmacia, hay otra; su dueño Mauricio Orquiez no teme la publicidad; la farmacia Rawson, de la calle Uriarte, en Banfield, fue asaltada 8 veces en pocos años. En noviembre del año pasado, Orquiez instaló una reja metálica que cubre todo el mostrador y la caja; si no fuera por el diseño más o menos moderno de la reja, la farmacia parecería una de esas pulperías antiguas, donde los gringos estaban de un lado y los gauchos pendencieros del otro.
Cualquier punto de la zona alberga un comerciante temeroso, que no quiere hablar mucho. Los vecinos se han organizado en radios de ocho, diez manzanas, y contratan –a un precio de entre tres mil y cinco mil pesos nuevos por mes- a vigilantes expertos en el uso de armas. ‘Esa costumbre existió siempre, en las zonas residenciales. Pero hubo que cambiar a los viejos serenos por hombres que sepan entrar en acción’, explica un propietario de la Avenida Meeks, en Lomas de Zamora.

PROBABLES SOLUCIONES
‘La solución es habilitar un paredón –dice Orquiez, algo brusco, y después, experto-; bueno, si no, cambiar el Código Penal, el de Vélez Sarsfield ya no sirve. Si un maleante tiene veinte entradas en la policía por algo es. Hay que aumentar las penas’.
Peso ese aumento de la severidad, quizá no podría ser absorbido por la estructura de la justicia. ‘Desde los disturbios en la cárcel de Olmos –explica el oficial Taiano- no se recepcionan presos. Aquí, en esta comisaría, llegaron a haber 44. La solución sería crear, en Monte Grande o Ezeiza, una cárcel con capacidad para 3.000 detenidos’. Se agregan dos detalles: que los jueces demoran en dictar sentencia –realidad que puede conectarse con la falta de juzgado de instrucción-, y la liberación, en julio pasado, de innumerables presos comunes favorecidos por la amnistía. La mitad –se dice- volvió a la cárcel; otros murieron en enfrentamientos con la policía, pero muchos andan sueltos.
Para Taiano, como para el funcionario de tribunales y todos los comerciantes de la zona, la violencia se engendra en las villas. Las estadísticas muestran que el pico de hechos delictivos se produce en 1973, meses antes de las elecciones; descienden en los primeros meses del gobierno peronista, y después vuelve a crecer, lenta pero firmemente.
Ahí está la zona sur; algunos de esos lugares fueron aristocráticos, descansados, pacíficos. Desde Banfield hasta Adrogué, una larga hilera de elegantes mansiones inglesas. La realidad rodeó ese oasis con un cinturón de miseria. Donde terminan las casas de ladrillo hay apenas un fragmento a veces mínimo de campo, una línea donde parece iniciarse, nuevamente, la vieja lucha entre la barbarie y la civilización”.

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