17.7.09

Astronomia

HACE 40 AÑOS, EL HOMBRE LLEGABA A LA LUNA
Son las 3.56 horas del día 20 de julio de 1969: los habitantes de la Tierra, en vela permanente, contemplan a través de la Televisión, con asombro y emoción cómo un hombre llamado Neil Armstrong baja por una escalera y pone el pie en la Luna. Veinte minutos después, otro hombre, llamado Edwin Aldrin, se reuniría con él en la superficie de nuestro satélite. Una nueva era había comenzado para la Humanidad (1).

El anticipo de Julio Verne tomó forma el domingo 20 a las 22 y 56. En ese instante Neil Armostrong, norteamericano (de pocas palabras), comandante de la misión Apolo 11, posó (y fue el primer hombre que lo hizo) el polvoriento suelo de la Luna. Precedido por una cámara de televisión sostenido por el interés –anheloso- de cientos de millones de personas que en todo el planeta Tierra seguían el ritual, adelantó tambaleantes pasos para cumplir sus primeras tareas: acomodar la cámara de TV, recoger alguna roca, desplegar la bandera, mirar el envoltorio que cubría una chapa (con mensaje de paz firmado por tres astronautas y el presidente Nixon).
Luego se reunió con su compañero Edwin Aldrin. Enfundados en pesadas escafandras, agobiados por el tubo de oxigeno, preocupados por el “timing” de una operación pensada hasta el último segundo, hasta la última consecuencia, no se concedieron tiempo para gastos simbólicos, apartados del ceremonial. No se agacharon a tocar, ni a besar terreno lunar. Nada melodramático. Aldrin sólo se permitió leves saltos de canguro para probar la escasa gravedad, apenas giraron en una especie de “pas de deux”, de ballet lunar, premiere absoluta e inauguración de un estilo que en pocos años más terminará por imponerse.
(…)
Armstrong y Aldrin vieron (y mostraron) un astro absolutamente original, intocado desde el fondo de los tiempos. Con sus grietas, cráteres, acumulaciones de polvo, sus leyendas, sus misterios. Alguno de estos últimos comenzarán a ser develados ahora. El solo hecho de recolectar piedras, de tomar muestras de terreno permitirá a los científicos adopatar una hipótesis más certera sobre el origen de la Luna: un cuerpo exterior que la Tierra atrapó en su campo de gravedad o un desprendimiento de materia terrestre que se alejó a través de algún cataclismo y luego fue muriendo lentamente. Sí la Luna tuviera –inclusive en cantidades insignificantes- restos de agua, o si mostrara receptividad para el cultivo de una flora elemental, la vida renacería en ella, con su adherencia de atmósfera, con su perspectiva de colonización facilitada. De lo contrario, otras expediciones agregarán, a toda costa, sus formas culturales y biológicas. Lo que resulta absolutamente impensable es que ahora que el hombre ha pisado la Luna se niegue a habitarla. Y –ya se sabe- el satélite es la llave del sistema solar, la catapulta para los planetas.

Fragmento extraído de la revista Panorama nº 117, del 22 al 28 de julio de 1969

(1) Vanguardia (España) 22/07/69

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